Imagen de archivo de un bar de copas de Ibiza.

Los británicos se muestran horrorizados con el aumento del precio del alcohol en España y amenazan con largarse a otra costa donde puedan calmar su sed de generaciones. Desde mi punto de vista dipsómano admito que tienen toda la razón, los precios se han disparado y encima te sirven peor.

Eso de pagar diez pavos por un gin&tonic servido a distancia y con ridículo medidor es una aberración que se está poniendo de moda en demasiados garitos turísticos. Pero hay que señalar que es una moda procedente de los pubs de la pérfida Albión.

Recuerdo con nostalgia el sentarme en la terraza del Montesol cuando tenía solera, antes de la reforma asesina del paseo de Vara de Rey. Los camareros de toda la vida que te servían como siempre se había hecho en Ibiza y el resto de España, o sea trayendo la botella a la mesa y sirviéndote la dosis a tu gusto, sin tacañería ni afectación. Como sus almendras tostadas que armonizaban tan bien con la copa, eso ya es patrimonio de muy pocos bares, el Richeliu de Madrid, el Dry de Barcelona, el Es Clot de Portmany y oasis gastronómicos como Can Alfredo y Es Torrent, que no se rinden a modas absurdas.

Salvo honrosas excepciones se ha impuesto la moda forastera de traerte la copa ya servida, sin magia alquímica, triste muestra del mundo igualitario a que nos quieren condenar. Con los vicios en general y el alcohol en particular hay que guardar una debida ceremonia, para no despeñarse en el bestialismo de un ministro cualquiera.

Cosas del progreso decadente y la codicia de restauradores habitualmente abstemios. Si Aristóteles decía que vivir bien es mejor que vivir, yo mantengo que beber bien es mejor que beber.