En plena I República, antes del regreso de la monarquía, un ibicenco de Sant Joan, probablemente ajeno a cualquier acontecimiento político, se mudó a Vila y construyó un edificio en el barrio de la Marina. Era 1874 y, un año más tarde, este hombre abría al público una fonda y restaurante al que puso el nombre de su pueblo, San Juan.

Un nombre que todavía conserva este negocio centenario que resiste el paso del tiempo en la calle Montgrí, regentado por Carlos Marí. Carlos es nieto de Toni y Maria de Can Portell, una pareja de Sant Llorenç que en 1947 se hizo cargo del San Juan, tras regentar el bar Can Costa en Santa Eulària.

Joan Marí, hijo de la pareja, tenía seis años cuando «Guasch, el entonces inquilino del San Juan, convenció a mi padre para que se quedara el bar, así que cogimos las maletas y vinimos a Vila con mi hermana Maria», tal como recuerda él mismo.

De esa época, la que sus padres regentaron el Bar San Juan, Juanito recuerda con humor que «era un niño que venía del campo, los árboles de Vara de Rey eran muy pequeños y me entretenía zarandeándolos para arrancarlos hasta que venía un policía y me reñía También me mandaban a hacer recados continuamente de acá para allá».

En aquella época la familia de Can Portell se hacía cargo por su cuenta del negocio cuando «la gente que venía eran, básicamente, payeses que venían del campo a comprar o a vender, pero también gente de fuera que se quedaba a dormir en el piso donde teníamos habitaciones».

Toni y María dejaron el timón del Bar San Juan a sus hijos en los años 80. «Cuando llegó el IVA, mi padre no quería tanto enredo y desde entonces nos ocupamos mi hermana y yo», recuerda Joan. No fue hasta finales de los 90 cuando la tercera generación de Portells se hizo cargo del negocio familiar con Carlos a la cabeza, que asegura que «mi hija Ariadna está interesada en el negocio y, aunque es muy joven, es probable que la saga continúe una generación más».

Así, en esta nueva etapa del Bar San Juan, Carlos y su equipo, entre el que se encuentra Iliana desde hace más de dos décadas, Gina, María, Sandra y Patri. Sin olvidar a Luciana, esposa de Carlos, que también colabora en el desarrollo del negocio familiar.

Entre los cambios que la nueva generación ha aplicado al funcionamiento del negocio centenario se encuentra el horario. «Desde la pandemia abrimos desde las 13 a las 20:30 horas del tirón todo el año». Carlos achaca el motivo de este nuevo horario «a la falta de personal. Hoy en día es imposible encontrar personal»

De su infancia en el Bar San Juan, Carlos tiene miles de anécdotas y travesuras en su memoria, como cuando «me ponía en la puerta a cobrar entrada a los clientes, cuando me pilló mi abuelo me pegó una buena ‘xereca’ y me hizo devolver una a una las monedas que había sacado».

La clientela de la primera época de la familia de Can Portell en el San Juan está, obviamente, desaparecida. Sin embargo, el vínculo creado entre familias como los Planes de Sant Miquel perduran a través de los años. «Este hombre es el bisabuelo de Tito y Tita Planells», explica Carlos mientras muestra una foto, probablemente centenaria, de la familia de Sant Miquel.

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Se trata de una más de la colección de fotografías de antiguos clientes que se exponen en un rincón del restaurante. Entre ellas una de un grupo de jóvenes de Vila con sus mejores galas dispuestos «a partir hacia Santa Eulària un ‘Primer Diumenge de maig’ unos años antes de que mi abuelo se quedara el bar», tal como explica Carlos. A su lado, una foto de Vicente del negocio vecino ‘Ganesha’ y otra del desaparecido Micus, «que siempre venía a comer y le seguimos guardando un espacio para publicitar las exposiciones de su sala». «Axel era un arquitecto alemán que lo dejó todo para venir a Ibiza a vivir como un hippie y con quien aprendí muchísimo», explica Carlos mostrando otra de las fotos y antes de mostrar otra más al azar para explicar que en esa sale ‘Petit’ con su familia, que sigue viniendo muy a menudo.

En un lugar privilegiado se encuentra una fotografía de la bisabuela de Carlos, «que le enseñó a mi abuela todas sus recetas, de la que todavía seguimos conservando la esencia».

Entre la «gente de fuera» que frecuentaba el San Juan de la juventud de Joan se encontraban personajes como Elmyr d’Hory, «que era un tipo muy especial». «Como soy muy despistado, no sé quiénes eran, pero hemos tenido a músicos importantes que no sé quiénes son», reconoce Joan mientras su hijo le recuerda entre risas algunos de ellos: «Julio Iglesias, con el que te fuiste de cachondeo, Crazy Eddie, Jethro Tull o los de Pink Floyd, que se fumaban los porros aquí detrás cuando yo era pequeño».

Del mundo de la música, Carlos recuerda entre otros a Sade, «que venía mucho en los años 90 y no volvió hasta hace unos años, cuando me dijo entre risas que volvía para comerse unas costillas porque había dejado de ser vegetariana». Pero Carlos mantiene un recuerdo especial respecto a Anita: «Era la única persona a la que se le guardaba sitio apoyando la silla en la mesa. Yo solía comer con ella y teníamos unas conversaciones alucinantes sobre cualquier cosa, aprendí mucho con ella hasta que enfermó. Le llevábamos la comida a su casa hasta que murió».

Sobre esta clienta, Carlos asegura haber sufrido un conflicto moral «cuando me enteré de que había sido una espía de las SS. Entonces le reproché a mi padre que me hubiera dejado comer con una persona así durante tanto tiempo. Él me dijo que esta persona ya llevaba su propia carga y que la recordara como la persona que conocí, una mujer abierta y maravillosa».

Didier llegó a Ibiza hace medio siglo, «he vivido siempre en la Marina y este siempre ha sido el bar y el restaurante de la gente de aquí», explica mientras recuerda que «durante una época veníamos siempre a comer con mi hija y estaba lleno de niños, siempre ha sido un centro social».

El veterano cliente del San Juan explica que el funcionamiento del restaurante favorecía las relaciones sociales ya que «las mesas eran siempre compartidas, te sentabas con uno o con otro, así que conocías gente ¡y hasta podías ligar!». «Como la gente no tenía móvil, hablaban entre ellos», observa Juanito con extraordinaria lucidez.

«Se juntaba gente de todas las clases: desde payesas y trabajadores hasta extranjeros, turistas y millonarios, todos juntos y hablando todo el tiempo», rememora Didier que también incluye, entre la variedad de clientes del San Juan, a «hippies de los de verdad: los de la época de los hippies».

De esa época Didier recuerda que «siempre se hacía la misma ruta: del Montesol, donde se tomaba el aperitivo, al Bar San Juan para comer y, por la noche, a La Tierra».

Uno de los valores que el veterano cliente subraya del Bar San Juan es «que no ha cambiado absolutamente nada a través de los años». «Lo único que cambia del bar cada año es la capa de pintura que le damos», confirma Joan, y es que el San Juan conserva incluso los ganchos que en su momento sirvieron para colgar las llaves de las habitaciones de la fonda. Las sillas y las mesas de mármol en las que todavía hoy se sirven las comidas también son las que Joan se encontró a los seis años, cuando su familia se hizo con el negocio.