Aduriz se lamenta tras perder una buena oportunidad. | DANI CARDONA

El hechizo de Son Moix ha caducado. Y no sólo lo ha hecho sin avisar, sino que se ha llevado por delante el gran sueño del mallorquinismo. Tras once partidos de fiesta y serpentinas, el centro de operaciones rojillo reabrió anoche sus puertas en una despiadada función que derramó casi toda la Copa. Muy alejados de ese patrón que les ha llevado a tomar asiento en los puestos de Champions, los de Manzano se entregaron a un Getafe especialmente aplicado y acabaron exhibiendo una angustia hasta ahora desconocida. Los madrileños, en cambio, tuvieron bastante con desnudar a los baleares en defensa y con sacarle punta a una serie de errores para echarle el lazo a una eliminatoria totalmente descompensada. Queda la mitad del combate, pero la llama copera empieza a extinguirse (1-2).

El Mallorca le dio la bienvenida a la eliminatoria con su mejor disfraz, aunque sin la tensión de otros encuentros. A diferencia de lo que había hecho hasta ahora, Manzano echó mano de su alineación de etiqueta y sólo aplicó el bisturí en tres zonas muy concretas del campo. Sin embargo, fue precisamente ahí donde el equipo comenzó a agrietarse. Mattioni y Rubén, los únicos miembros de la defensa que no forman parte del once tipo del jienense, se equivocaron gravemente en las dos acciones que impulsaron a la escuadra de Míchel y el precio que puede pagar el grupo es altísimo.

Le costó al Mallorca abrirse paso en la confrontación. Los madrileños, una de esas diez víctimas que se había cobrado hasta ayer el conjunto insular, viajaron a Palma con la lección bien memorizada. Tanto, que se limitaron a obstruir las arterias del conjunto local y a esperar su oportunidad, conscientes de que el tiempo acabaría poniéndose de su parte. En medio de la frialdad con la que se desarrollaban los primeros minutos, el Mallorca era incapaz de descifrar las coordenadas y su enemigo, con muy poco todavía a lo que agarrarse, se frotaba las manos. Mientras Borja buscaba la brújula y Castro ofrecía los primeros síntomas de impotencia, los azulones alzaban un muro en torno al círculo central y confiaban su ataque a la velocidad de Manu, que necesitó sólo un par de acciones para tomarle la medida a Mattioni y encenderle la luz a sus compañeros. Mala señal. Los isleños esquivaban con cierta fortuna los primeros proyectiles del conjunto visitante, pero sus ataques eran planos y previsibles. No había veneno por ningún sitio.

El Mallorca llegó al descanso con la convicción de que al doblar la esquina todo sería distinto. Por un momento lo pareció, pero el Getafe atajó el problema de raíz, zarandeando violentamente a los anfritiones. Pedro Ríos extendió el carril derecho del ataque madrileño y aunque mandó un centro que parecía inocuo, Mattioni, con un salto incomprensible, dejó que la bola llegara a los pies de Manu y que su disparo rajara el partido (minuto 50).

El gol cayó como una losa sobre las filas mallorquinistas. Castro y Aduriz se asociaron al instante para minimizar los daños, pero el Getafe volvió a responder y ya lo hizo metiéndole el miedo en el cuerpo a los isleños. Roberto Soldado se burló de Rubén y redondeó la jugada con un lanzamiento que se marchó acariciando el palo izquierdo del Poroto Lux. Son Moix contenía la respiración esperando que todo volviera a su sitio.

A partir de ahí, el Mallorca entró en fase de descomposición. Su munición escaseaba y el Getafe hacía sangre cada vez que cruzaba la frontera del centro del campo. Manzano quiso atajar la hemorragia sacrificando a un centrocampista (Julio) para ganar otro hombre en ataque (Keita), pero mientras el once se adoptaba a su nueva fisonomía, el equipo de Míchel apalabraba su pase a semifinales. Lo hizo sin querer, auspiciado en un gazapo terrible de Rubén. El gallego, totalmente desorientado, se hizo un lío ante la presión del debutante Miku y acabó entregándole el balón al punta venezolano, que no desaprovechó el obsequio (minuto 68).

Los últimos minutos provocaron un vendaval ofensivo del Mallorca, que se lanzó a la desesperada a por un tanto que le diera algo de oxígeno. Castro lo consiguió al borde del final para mantener la esperanza, pero las semifinales exigen más, muchísimo más. Sin milagro, tampoco habrá Copa.