Toni Arabí Serra (Ibiza, 13-11-1953), mito y leyenda viva del fútbol ibicenco, es uno de los contados jugadores de fútbol que ha dado nuestra isla que hayan tenido el honor de jugar y pasear su procedencia en la máxima categoría del fútbol nacional.

Las ocho temporadas que disfrutó defendiendo los colores blanquiazules de la entidad de los ‘periquitos’, su entrega en el campo, su bravura en cada partido y su afable carácter le convirtieron en uno de los integrantes de la plantilla más queridos y admirados por la afición espanyolista hasta que se despidió de la afición de Sarriá en el año 1987. Hoy, como tributo a su persona y en homenaje a la profunda huella que dejó en el Espanyol, la entidad barcelonesa le ha concedido el honor de que su nombre perdurar en la memoria de la afición del Espanyol con una puerta en el nuevo estadio Cornella-El Prat (la número 80) que luce su nombre con grandes letras de oro.

—Señor Arabí, lo primero es felicitarle y darle la enhorabuena por ese merecido homenaje que le ha hecho el RCD Espanyol. ¿Qué supone para usted ese detalle?
—Para mí, como no podía ser de otra manera, ha supuesto una inmensa alegría y una gran satisfacción. Este pequeño homenaje de ponerle mi nombre a una puerta del estadio me lo han hecho como agradecimiento a los años que pasé allí y a mi trayectoria con el equipo y dentro del club.

—¿Cómo era usted como futbolista por aquellos años?
—Era un jugador bravo, un jugador que al terminar el entrenamiento me quedaba siempre allí hablando con los aficionados que venían a vernos. Eso hizo que la gente del club me cogiera mucho cariño y un gran aprecio desde que me incorporé al Espanyol. Ese cariño en el campo se nota cuando juegas, porque ante cualquier fallo, a mí la afición me lo perdonaba todo.

—¿Cómo le fue en aquellos años en Primera División?
—Bueno, llegué al Espanyol en la temporada 1978-79. Yo jugaba en Sa Deportiva y fui en verano a hacer una prueba. Convencí a los técnicos y estuve allí durante ocho temporadas que fueron magníficas en lo personal y en lo deportivo. Después, en la campaña de 1986-87, me lesioné en una rodilla y me vine otra vez para Ibiza, donde jugué al recuperarme hasta final de esa temporada.

—¡Qué anécdota divertida puede recordarnos de aquella época?
—Bueno, recuerdo una vez que fuimos a Gijón a jugar contra el Sporting. Maguregui, que en paz descanse, que era nuestro entrenador, siempre nos daba la charla antes de comer el día del partido. Bien, pues Maguregui puso en la pizarra los nombres de los dos equipos para señalar quien debía marcar a cada contrario. Como tenía dudas de si el rival pondría a uno o a otro futbolista, los colocó a lo dos en la alineación. Claro, luego al hacer los emparejamientos le sobraba un rival y él no se dio cuenta. Después de mucho darle vueltas al asunto sin entender nada, adoptó una solución sorprendente porque le dijo a Zúñiga, que estaba muy fuerte, que se encargara de marcar y de cubrir él solo a los dos contrarios. En el equipo nos reímos mucho todos por la ocurrencia de nuestro entrenador.

—¿Alguna anécdota negativa que se le pase por la mente?
—Bueno, pienso en una ocasión en la que fuimos a jugar un torneo amistoso en Indonesia, en la isla de Java. Allí las pasamos canutas porque nos enfrentamos a un equipo en el que los jugadores eran todos muy menudos y pequeños, pero muy ágiles y atléticos. Nos dieron muchas patadas ese día y se montó una tangana. Comenzó a tirarse gente de las gradas al campo y tuvimos que salir corriendo para los vestuarios a escondernos mientras recibíamos golpes de todo tipo. Al final tuvo que venir la policía para ayudarnos a que saliéramos y a escoltarnos hasta que pudimos coger un avión de vuelta para España.

—¿Algún gol especial que nunca se le olvidará?
—No fui un jugador de hacer muchos goles. Jugaba de lateral y en toda mi carrera en Primera División tan sólo conseguí nueve goles. Pero entre ellos, le hice un gol al Real Madrid en el Bernabéu y otro al Valencia, pero el que más que alegró se lo marqué al Barça en un derbi que acabamos ganando por 0-2. Yo metí el segundo, el que nos aseguró esa victoria. Por aquellos entonces, eso era lo máximo para el Espanyol

—¿Cómo ve ahora el fútbol y cómo ha cambiado en Ibiza desde que usted empezó a corretear detrás de un balón?
—Lo primero es que hay una diferencia muy grande en todo. En mi época se aprendía a jugar en pleno campo. Íbamos a una escuela rural que tenía una feixa en la que poníamos dos piedras para señalar las porterías. Si te caías, ya sabías que sangrabas por algún lado. Hoy en día los niños cuentan con instalaciones como Dios manda, con buenos monitores y entrenadores. De aquellos tiempos a los de ahora existen unas diferencias que son abismales. Los niños actualmente salen mucho mejor preparados, algo de lo que tenemos que alegrarnos todos.