Instante en que el árbitro Pablo González Fuertes decide anular el gol de Kike López. | DANIEL ESPINOSA

La UD Ibiza fue la vencedora moral de la eliminatoria contra el Athletic Club. Sin el aliento de su afición por culpa de la actual fase 4 de prevención de la COVID-19, los celestes fueron capaces de tutear e incluso dominar al actual campeón de la Supercopa de España. Y eso no es fácil.

Si el año pasado habían casi 6.500 gargantas en el estadio de Can Misses con motivo de la visita del Barça, ayer estaba desierto este mismo recinto. Eso sí, hubo algunos –pocos, la verdad– que quisieron ver a los jugadores bilbaínos en vivo y se personaron en la entrada de Can Misses para verlos llegar. Su gozo, en un pozo. Y es que, de los dos autocares que trasladaron a la expedición vasca, uno tenía los cristales tintados, precisamente el que llevaba al equipo. «Una hora aquí para nada», decía un crío allí presente a las 18.00 horas, momento en que los leones accedieron al estadio.

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Una hora más tarde dio inicio el partido del silencio. Silencio en la grada, porque en el césped, poco. Se podía escuchar bien, por ejemplo, cómo los jugadores visitantes se dirigían al árbitro por su nombre, Pablo. Con tanto «Pablo, Pablito, Pablete», como diría José María García, no es de extrañar que las decisiones polémicas acabaran cayendo a favor del bando de Primera División.

Solamente así pudo el Athletic –o el árbitro– dejar fuera de esta Copa del Rey a una UD Ibiza que sufrió su primera derrota de la temporada. Es verdad que cayó con la cabeza alta, pero se fue con el zumbido en los oídos de la palabra Pablo, el mismo árbitro del duelo contra el Barça el año pasado. ¡Ay, Pablo, Pablito, Pablete!