AmadeoSalvo consulta su móvil en el palco del Palladium CanMisses poco antes de comenzar el partido UD Ibiza-Ponferradina. | Mohamed Chendri

Si esto no es un game over se debe simplemente a una cuestión de matemáticas, pero las sensaciones de la UD Ibiza sí dan a entender que el juego ha terminado, que la permanencia en Segunda División es una quimera. Ser incapaz de ganar ni un solo partido de los tres últimos, en los que el equipo celeste se ha visto las caras con rivales en una situación delicadísima, no hace más que corroborar que el conjunto unionista está de capa caída y que sólo un milagro cambiaría el rumbo de una escuadra destinada al descenso tras una cuestionable planificación.

Cuatro victorias en 27 jornadas es una cifra que habla por sí sola. La Udé es uno de los peores colistas de los últimos años, con unos guarismos que difícilmente hacen creer en la salvación. Si había un halo de esperanza, ese pasaba por dar un golpe sobre la mesa en los tres últimos compromisos ligueros, pero nada más lejos de la realidad.

El Cartagena se plantó el 29 de enero en el Palladium Can Misses con una racha de seis jornadas consecutivas sin marcar un solo gol y, por tanto, sin ganar. A los dos minutos ya ganaba en la isla y pasado el ecuador del primer tiempo vencía por 0-2. Al final, los pupilos de Lucas Alcaraz salvaron un punto en el tiempo de descuento gracias a un gol de Cristian Herrera tras un rechace del portero.

La pancarta ‘Mag, go home’, durante el UD Ibiza-Ponferradina.

Foto: MUNDO CELESTE

Una semana más tarde tocaba una jornada marcada en rojo en el calendario, la visita al campo del penúltimo clasificado, el Lugo. En el Anxo Carro esperaba un equipo que esa misma semana había traspasado a su mejor hombre, Chris Ramos, al Cádiz, que había cambiado de entrenador y que atravesaba una aguda crisis deportiva e institucional. Pues lo cierto es que la Udé fue inferior y Fuzato se erigió en el héroe de un partido en el que el local Sebas Moyano hizo lo que quiso ante la zaga ibicenca. El punto que sacó la UD Ibiza en tierras gallegas, donde empató sin goles, fue prácticamente un milagro, pero también otra oportunidad perdida para recortar distancias con la zona de salvación.

Este ciclo de tres jornadas clave se cerró anteayer en el Palladium Can Misses ante la Ponferradina, equipo de la zona de descenso que tenía los mismos puntos que el primero en salvarse, el Racing de Santander. Con nueve puntos de diferencia sobre los celestes, no valía otra cosa que fuera ganar. El panorama pintaba bien cuando Ekain, a los diez minutos, ponía por delante a los unionistas. Sin embargo, el equipo de Lucas Alcaraz fue en la segunda parte un títere en manos de una Ponfe que empató el partido (1-1) y no lo ganó por muy poco. La UD Ibiza acabó pidiendo la hora. Y eso, con la urgencia de victorias existente, es un pecado capital.

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Lo peor es que los cambios introducidos en la segunda parte dieron la impresión de debilitar más al equipo que de lo contrario. Los fichajes realizados en el mercado invernal no hacen honor a la palabra refuerzo, porque la sensación que impera es la de que los que se fueron eran mejores que los que vinieron. Y eso que el rendimiento de los futbolistas que causaron baja fue, en general, ínfimo. No es de extrañar que se viera una pequeña pancarta al inicio del choque en el sector de animación en la que se pedía la dimisión de Miguel Ángel Gómez. «MAG, go home», señalaba el cartel. Por cierto, un vigilante de seguridad obligó a su portador a guardarla y no exhibirla más.

Kaxe y Julis poco aportaron en ataque durante los minutos que tuvieron ante los bercianos. Nolito, tres cuartas partes de lo mismo. Ni como revulsivo está aportando lo que se esperaba del jugador más caro de la plantilla. Para más inri, vio la quinta tarjeta amarilla del curso y no será de la partida en la próxima jornada.

Pese al derrotismo existente, Lucas Alcaraz aseguró tras el partido que el hecho de «que no se haya ganado no quiere decir que no se pueda hacer en Vitoria». «Si ganamos en Vitoria pensaremos que este punto es bueno», agregó.

El problema es que, pese a que en el fútbol todo es posible, se antoja complicado confiar en un triunfo en el feudo del Alavés, que marcha tercero y sólo ha cedido seis derrotas en 27 encuentros ligueros, cuando no se le ha ganado en las tres últimas jornadas a escuadras en tan pésima situación o cuando en la ‘era Alcaraz’ solamente se ha conseguido una victoria en 11 partidos –ante el Racing gracias a un discutible penalti en el descuento–, incluyendo un KO copero contra el colista de Primera RFEF. Y, encima, luego hay que enfrentarse a otros dos equipos de la zona media-alta de la tabla: el Huesca y el Leganés, que no son precisamente el Lugo ni la Ponfe.

El proyecto 2022-23 del club de Amadeo Salvo ha hecho aguas desde el primer momento. Han pasado cuatro entrenadores, uno de ellos interino, por su banquillo y más de 30 jugadores por la plantilla, y la realidad es que el equipo marcha último con 19 puntos de 81 posibles. La permanencia gira en torno a los 47 o 48 puntos, quedan 45 en juego y la Udé debe sumar, en principio, 28, es decir, ha de conseguir nueve triunfos, más del doble de los que lleva tras la disputa de 27 jornadas. ¿Game over?