El fútbol es maravilloso. La final del Mundial fue un partidazo, un duelo vibrante y espectacular. Argentina ganó en la tanda de penaltis tras un partido y una prórroga de gran emoción. Las lágrimas se apoderaron de los argentinos, que tras años de penurias y decepciones, lograron el título.

No eran pocos los que habían planteado la final como un duelo entre la juventud de Mbappé y el experimentado Messi. El fútbol es un deporte de equipo y, aunque un solo futbolista puede ser determinante, no es justo para evaluar a once futbolistas por el comportamiento de su gran estrella. Este domingo, Mbappé marcó tres goles durante el partido y uno más en la tanda de penaltis para postularse como el sucesor de Messi.

Un riguroso penalti ofreció la oportunidad a Messi de inaugurar el marcador en el primer tiempo. El gol llevaba al simultáneo la superioridad de Argentina, que dominaba con claridad a una Francia un tanto miedosa, agazapada en su propia parcela. Di María marcó el segundo. El partido era albiceleste. Deschamps introdujo dos cambios antes del descanso, pero poco o nada cambió. Argentina era mejor. Los franceses derrochaban apatía y se diluían en la mediocridad.

El segundo tiempo no varió el partido. Francia navegaba a la deriva, sin rumbo, y era incapaz de acercarse con peligro a las inmediaciones del área argentina. Deschamps parecía desvariar con los cambios introducidos.

Faltaban poco más de 10 minutos para el final cuando Mbappé, de penalti, puso emoción. Acto seguido, el desconcierto se apoderó de Argentina y Mbappé empató. En la prórroga, nervios y goles para llegar a los penaltis. Argentina ganó desde el punto fatídico y Messi puede retirarse tranquilo. El mejor jugador de la historia también ha ganado un Mundial.