Muchaaaachos. Infantino inauguró el Mundial declarándose gay, emigrante y no sé cuántas cosas más. Hoy me declaro argentino. Hoy todos somos argentinos. Todos, sin excepción. Argentina es campeona del mundo con absoluta justicia. No han sido los mejores, ni han tenido la posesión, ni han dominado los partidos, ni son los más técnicos, ni los más fuertes. Tienen jugadores como el Papu, el Tibu, el fideo o la araña. No tienen un seleccionador con varias páginas de currículum, ni se exhibe en twich e incluso se ha salido de whatsapp. Pero, muchaaaachos, tienen la remera tatuada en la piel y un orgullo de pertenencia rayano con lo sectario. Y sí, ya sé, además tienen a Messi.

Leo abandonó el FC Barcelona por la puerta de atrás, entre engaños y promesas incumplidas. Sus lágrimas fueron las de alguien que no entendía lo que pasaba, que era incapaz de comprender en qué momento se había roto la historia de amor con el club blaugrana. Su venganza no tuvo tiempo de enfriarse y su leyenda siguió creciendo al tiempo que los culés disputaban la Europa League. Desprovisto del vínculo, más umbilical que emocional, con el Barça, empleó el Catar Sant Germain para reivindicarse en su casa, la que siempre le había profesado un amor más que sospechoso. Así, muchaaaachos, Messi se transmutó en Messidona, se echó el equipo a la espalda y decidió ganarse el corazón de todos los argentinos, varios centenares de millones desperdigados por todo el mundo. Primero fue la Copa América, en Maracaná y ante Brasil. Casi insuperable, pero faltaba el premio gordo, la guinda de un pastel teñido de albiceleste.

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Argentina se presentó en Catar con un grupo más que sospechoso, favorito por la camiseta y por tener a Messi con dorsal. Poco más. Empezaron confirmando las dudas ante Arabia Saudí e iniciaron así la transformación de los siete partidos que soñaban disputar en las siete estaciones del Vía Crucis Mundial. Argentina no ha disfrutado en ningún partido de este campeonato, muchaaaachos. Y eso no le quita ningún mérito, bien al contrario. No se desplazaron hasta Catar para disfrutar sino para campeonar y lo han logrado. No han sido superiores a nadie, pero nadie ha podido superarles, más allá de la anécdota inicial. Han tenido el viento de los arbitrajes de popa, aunque se han seguido quejando como si fueran objetores de conciencia. Han creído hasta el final y se han creído que podían ganar la final, ganándola finalmente.

Mención aparte merece el otro Leo, el secundario, el actor de reparto, el segundo de la fila. Su papel ha sido fundamental en la victoria final. Llegó de rebote a la selección, consciente de que su cargo tenía fecha de caducidad y que duraría lo que dura el amor eterno: hasta que encontraran a otro mejor. Tal vez la AFA lo esté buscando todavía. Mientras tanto Scaloni se ha ido ganando a los jugadores en cada partido, en cada planteamiento, en cada charla. No le ha hecho falta reivindicarse como líder, ni ha sacado pecho ante las victorias. Sencillamente, muchaaaachos, ha sido capaz de poner su conocimiento, su carácter y su compromiso al servicio del equipo, consciente de su papel y dispuesto a hacer mejor al grupo. Y lo ha logrado.

Hoy, que todos somos argentinos y nos sentimos un poco campeones, es el momento de sonreír, de recordar al mejor Diego futbolista, a los pibes de Malvinas que unos cabrones cobardes mandaron a morir lejos de su casa, a Calamaro, a Mafalda y a Borges. Y a todos esos argentinos, sudacas de nuestro corazón, que nos acarician el alma con sus palabras y nos devuelven la fe en el fútbol. Gracias muchaaaachos.