De Hory, ante una de las obras que pintaba ‘a la manera de’ grandes nombres del arte. Foto: TOMÀS MONTSERRAT

«Ésta es la última sonrisa, el último guiño de Elmyr al verse cumplido su deseo: quedarse para siempre, por los siglos de los siglos, en Eivissa». Así daba a conocer Ultima Hora en su portada del lunes 13 de diciembre de 1976 la noticia del suicidio del que para algunos es un mito, para muchos un falsificador de arte profesional, y para otros un imitador que superó a los artistas que emulaba con su paleta. Elmyr de Hory (Budapest, 1906 - Eivissa, 1976) se quitó la vida tal día como hoy, hace 40 años, en la isla Pitiüsa. Su última ‘obra’ resultó tan perfecta como lo fueron sus cuadros ‘a la manera de’ Picasso, Modigliani, Renoir o Duffy que le hicieron multimillonario. Cuatro décadas después, los claroscuros de esta leyenda del arte son aún una incógnita.

Es muy posible que realmente Elmyr de Hory no fuera ningún falsificador, más bien, se consagró como un magnífico imitador de estilos de otros pintores. De Hory trazaba sus creaciones sin firmar y probablemente, según consideraron aquellas personas que le rodearon, era su marchante el que las signaba. Él siempre se declaró inocente de falsificación:«La firma no significa nada, lo importante es la obra (...). Lo realmente fraudulento son las leyes del mercado del arte», expresó en el programa A fondo de RTVE en ese maldito 1976.

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Todo mito tiene una historia y la de Elmyr de Hory comenzó en 1906 en Budapest. El artista decía ser el primogénito de un matrimonio aristócrata de origen judío. Cuando decidió ser pintor, De Hory se mudó a París para estudiar en la Académie la Grande Chaumière en un momento de explosión creativa, con exponentes tan enormes como Matisse o un incipiente Picasso. Pero sus planes se truncaron cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, fue trasladado a Alemania, aunque pudo escapar de la Gestapo poco después. Terminada la contienda, retornó a París. Allí vivió en la pobreza hasta que una amiga suya confundió uno de sus dibujos con un Picasso y lo adquirió. El mito irrumpe: después, recorrió Europa vendiendo falsos ‘picassos’. Luego cruzó el charco y triunfó en Estados Unidos con sus telas ‘a la manera de’, pero llegó el primer susto: se refugió en México después de que un coleccionista descubriera que dos de sus obras no eran originales.

Ya en 1959, y tras un primer intento de suicidio, De Hory dio con Eivissa. Fue en el entonces paraíso hippy donde fijó su residencia en 1961. Su biógrafo oficial, Clifford Irving, describió así su irrupción en la isla:«Sus jerséis siempre eran de Cachemira, lucía reloj de pulsera de Cartier y se sentaba al volante de un descapotable Corvette Stingray rojo. Todos los que se cruzaban con él coincidían en que nunca había trabajado un día en su vida, ni iba a hacerlo». Una vida de cine a la que pronto se sumaron dos jóvenes marchantes, Legros y Lessard. Su negoció prosperó, el mundo estaba a sus pies. Una de sus ‘víctimas’ más reconocidas fue el magnate Algur Hurtle Meadows, el hombre con la mayor colección de falsificaciones del planeta.

Pronto llegarían las sospechas y la caída del imperio. Sus socios terminaron ante los tribunales, el negocio estaba en horas bajas, el Tribunal de Vagos y Maleantes puso su ojo en De Hory y le condenó a dos meses de prisión. Su último capítulo tuvo como germen la petición de extradición del Gobierno francés para ser juzgado por falsificación. Tras despedirse de sus amigos más íntimos, unos barbitúricos acabaron con su vida. El mito, finalmente, se hizo realidad.