Al poco tiempo del primer caso empezaron a entrar pacientes por urgencias. | miquel a. cañellas

El 7 de febrero de 2020, este domingo hace un año, el Govern Balear lanzaba un comunicado a las 22.27 horas: «La Conselleria de Salut ha activado el protocolo de coronavirus ante la detección en Mallorca de cuatro personas con contacto con un caso confirmado». Era la familia de un paciente de origen británico que esa noche quedó ingresada en el Hospital de Son Espases.

Dos días después y ya sin que ninguno presentara síntomas, el laboratorio del Instituto de Salud Carlos III de Madrid confirmaba en el padre de la familia el primer caso de COVID-19 registrado en Baleares (el segundo en España) aunque el mundo todavía no lo llamaba así. No fue hasta el 11 de febrero cuando la enfermedad fue bautizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ese mismo día, por contextualizar, en China la enfermedad se había cobrado ya 1.017 vidas.

Un año del paciente inglés
Primera rueda de prensa del 8 de febrero sobre el paciente británico.

«Para ser honesto preferiría no hablar», ha dicho ahora el paciente inglés, residente en Marratxí, que ya en su día envió una carta de agradecimiento a los profesionales que le atendieron del hospital de referencia. Desde que se detectara su caso, en Baleares han cambiado muchas cosas, sobre todo en el mundo sanitario.

Por aquel entonces, las pruebas PCR se regían por directrices a nivel nacional que obligaba a enviar las muestras a Madrid. «Lo hacíamos con un protocolo de bioseguridad y una logística muy compleja, al principio se tardaban dos días en tener resultados», explica el jefe de Microbiología de Son Espases, el doctor Antonio Oliver.

A las dos semanas, el hospital de referencia recibía kits de detección rápida del coronavirus para poder hacer las pruebas en la Isla, aunque «seguíamos enviando las muestras a Madrid para su confirmación y hasta que no la daba no era un caso oficial», recuerda. Tuvo que llegar marzo para que cambiara esta metodología.

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Se activaron las UVAC de servicio a domicilio.

Febrero, ahora se sabe, fue el mes de la calma tensa. La COVID era informativamente residual mientras el virus avanzaba en silencio entre la población (recuérdense las manifestaciones del 8 de marzo).

El paciente inglés apenas presentó sintomatología, y no fue hasta finales de mes cuando la UCI del hospital empezó a recibir enfermos. «Veíamos lo que pasaba en otros hospitales. Yo tengo amigos en Vall d’Hebron o el Clínic y no sabíamos qué pasaba, era una cosa catastrófica, fantasmagórica, no tengo adjetivos… Sabíamos que eso vendría. Las enfermedades víricas tienen una transmisión rápida y fácil y eso nos ayudó a prepararnos», relata el jefe de la UCI de Son Espases, el doctor Julio Velasco.

No fue hasta el 11 de marzo cuando (OMS) decretó la pandemia, tres días después de que se confinara Italia y tres antes de que Pedro Sánchez anunciara el estado de alarma en España. Lo que vino después ya es historia.

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Para los sanitarios el confinamiento de la población llegó justo a tiempo para controlar los hospitales, «pero a pesar de saberlo era muy difícil cuando ingresaban seis o ocho pacientes a la vez, tuvimos que cambiar la estrategia de la UCI, abriendo muchas camas. Se duplicaban los ingresos… Lo fundamental ha sido el aprendizaje colectivo de la progresión de esta enfermedad, también con las medidas de protección», recuerda Velasco.
Si bien la escasez de equipos de protección sanitaria hizo correr tinta y protestas mientras se sucedían los contagios entre el personal, también sirvió para hacer una previsión de su uso entre los servicios de primera línea. «Los supervisores de área estuvieron meses enseñando a la gente a vestirse», añade.

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Los profesionales aprendieron a usar el EPI.

En Son Espases se instauró la cogobernanza. «El primer paciente se resolvió con comités de clínicos pero en seguida creamos el comité de crisis», explica el gerente del hospital, Josep Pomar. Los jefes de los servicios afectados por pacientes COVD, la dirección y la gerencia se reunían a diario «para hablar de logística, de compras o de reestructuración de plantas», recuerda, aunque también compartían las reacciones de los pacientes. En aquella época había gente que entraba normal y en 24 horas desarrollaba una neumonía bilateral.

«En todo el país surgió la necesidad de encontrar tratamientos y a pesar de no haber evidencia de su eficacia, los utilizamos por el contexto», comenta el jefe de Medicina Interna del centro sanitario, el doctor Javier Murillas. «En condiciones normales, fuera de una pandemia, nunca lo hacemos pero con una mortalidad tan alta fue preciso», aclara. El tiempo y la prueba y error ayudaron a avanzar en los tratamientos contra la COVID aunque a día de hoy sólo los corticoides y antiinflamatorios se han mostrado eficaces para los pacientes más graves. «El Remdesivir también marcó un hito entre la primera y segunda ola», añade sobre el ya conocido antiviral.

El doctor Murillas recuerda la época del confinamiento como «un reto profesional de una magnitud increíble» que afrontaron «con muchas horas». Fue un momento de constantes adaptaciones para dar respuesta a una enfermedad nueva que a su vez «es terrible para la sociedad».

La llegada del verano, con una transmisión muy baja tras el confinamiento, fue el momento idóneo para que muchos servicios se rearmaran. Ya llegaba material sanitario de forma masiva que desde el IB-Salut fueron almacenando para afrontar el otoño y también llegaron los reactivos que permitieron ampliar de forma considerable las PCR diarias de los que durante meses hubo escasez a nivel mundial. «Contratamos personal técnico formado para trabajar en varios turnos y que los recursos humanos no fueran limitantes. Por esa época también se hicieron cambios importantes en equipamientos, uno de ellos fue la llegada del robot que ayuda a procesar muestras. Además se invirtió y se dotó de extractores acidonucléicos y termocicladores a todos los hospitales y nos pusimos en una capacidad muy alta de hacer pruebas», recuerda Antonio Oliver.

Son Espases hacía hasta 300 PCR al día y ahora realiza unas 4.000. De hecho la media del último mes está por encima de las 5.000 pruebas diagnósticas diarias en toda la comunidad.

Todos estos avances ayudaron, «nos prepararnos para lo que vino después y pudimos responder al repunte de agosto». Paralelamente se recibió un secuenciador del virus «y desde entonces hacemos un seguimiento de las variantes de COVID que van circulando, aunque ahora está más de moda por la cepa británica o la sudafricana», añade Oliver.
El jefe de la UCI, Julio Velasco, se atreve a vislumbrar el futuro cuando la tercera ola de la pandemia remite en las Islas. «Nos costará mucho dar de alta al último enfermo por su larga evolución. En un año habrá menos pero habrá», augura.

La esperanza de los expertos está puesta en la vacunación que ha llegado en menos de un año pero se mantienen incertidumbres: «la mayor parte de los pacientes se recupera sin problemas pero las secuelas en los ingresos prolongados, a veces con trastorno psicológico, es el mayor reto», concluye desde el internista Javier Murillas.

El pasado 27 de diciembre, en menos de un año, se inició la esperada campaña de vacunación.