Siempre fiel. Francisca Cortés, sobre estas líneas, con una camiseta en la que se puede leer, en inglés, ‘Siempre fiel a mí misma’. | Pere Bota

A sus 68 años, Francisca Cortés Picazo es una sombra de lo que fue. Una grotesca caricatura de aquella figura achatada que inspiraba temor y respeto a partes iguales. En Son Banya, su casa, y fuera del poblado. Ya no sonríe y el carácter se le ha avinagrado. «Todos me han traicionado, me han dejado sola», repite la otrora mujer más poderosa del hampa isleño. Su caída en desgracia comenzó con su ingreso en prisión, años atrás. Su ausencia en el ‘supermercado de la droga’ permitió que dos de sus hijos, ‘El Ico’ y ‘La Guapi’, dilapidaran el imperio que construyó durante años, en la sombra. La Son Banya que había cincelado con puño de acero se fue desintegrando sin ella, a velocidad de vértigo.

Cuentan que la exmatriarca confiaba en mantener el poder desde la cárcel, pero se topó con la cruel realidad: estaba fuera. La máxima de cualquier capo que se precie es, siempre, la discreción. No se pasean en Ferrari, que para eso ya están los narcos de postín, que duran una temporada. O dos, a lo sumo. ‘La Paca’, en sus últimos años en Son Banya, hizo demasiado ruido. Se transformó en una figura pública, casi en un mito. Los suyos la veneraban y la competencia prefería aliarse con ella antes que enfrentarse. Esa mujer que vestía siempre con bata o delantal, y en ocasiones especiales con chándal, se cavó su propia tumba el mismo día que empezó a sonar su nombre.

Su propia leyenda acabó engulléndola. Francisca no calibró que ser una celebrity del narcotráfico iba a ser su principio del fin. Su nombre traspasó fronteras y en medios nacionales le dedicaron reportajes y programas de televisión. Unos frikis, incluso, crearon un personaje con ella para el popular videojuego Street Fighter. La luchadora del moño. En esa época dorada siempre iba acompañada de su guardia pretoriana, la mayoría de ellas mujeres. Se sentaban en un bar frente a la Audiencia, la misma que luego la condenó, y desayunaban con apetito. Para pagar, ‘La Paca’ levantaba casi imperceptiblemente una ceja y su ayudante más próxima corría a la barra, billete en mano. Ese mismo billete se lo había deslizado ella tras sacarlo del doble fondo del delantal. ‘La Paca’ era así: no se fiaba ni de su sombra. Y siempre sabía dónde estaba su dinero. Ahora, en cambio, está sola.

Hace poco consiguió el tercer grado y, de repente, un exallegado propagó un rumor: volvía a controlar un punto de venta en Son Banya. Venganza o realidad, Francisca se quejaba de que estaba arruinada. Hasta los testaferros que antes le guardaban el dinero la habían traicionado. Ya no había ni rastro de aquellas fortunas que movía. Cuando estaba de permiso iba a Son Llàtzer, a visitar a un familiar. Pidió dinero a sus íntimos: «No tengo ni para comprar el pan» y contactó con David M., el presunto narco caído ahora en la ‘operación Origen’, donde también ella ha sido detenida. Hablaron de «arreglar un coche». Se olvidó, otra vez, que los móviles están para ser pinchados. Fue arrestada el jueves cuando salía del Centro de Reinserción Social (CIS). Vestía con un jersey morado y un pantalón estampado. Gritó, furiosa: «No tengo nada que ver. Me habéis arruinado la vida». En la casa de s’Hostalots que le dejó su prima, estaban sus dos nietos. Había algo de marihuana y 14.000 euros. Una minucia para la exreina del narcotráfico. Y su certificado de defunción policial. El mito de la matriarca ha muerto. Descanse en paz.