El suspense le coronó como uno de los más grandes directores de la historia. Alfred Hitchcock hubiera cumplido hoy cien años, los años que, sin duda, cumplirán sus largometrajes sin perder un ápice de interés. El director nació el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, en el East End londinense y fue el tercer hijo de un matrimonio de tenderos católicos.

Fueron 56 películas en total, rodadas entre Inglaterra y EE UU. Pero algunas de ellas han quedado inscritos en letras de oro en la historia del séptimo arte. Hitchcock basó parte de su éxito en un término misterioso y, a la vez, muy simple: el MacGuffin. La definición de este vocablo viene a ser el punto sobre el que se sustenta una trama para que ésta pueda seguir adelante. Su creador fue Angus McPhail quien lo resumió diciendo que «es algo que no es ni importante, ni relevante, ni le interesa a nadie, pero hace que la historia pueda fluir». El director recogió la idea y la elevó a las más altas cimas del suspense. De este modo, «Vertigo», «Recuerda», «Con la muerte en los talones», «El hombre que sabía demasiado» y tantas otras se sostenían sobre ese concepto, magistralmente conducido desde detrás de la cámara.

Son muchas las anécdotas que fueron engrandeciendo la ya de por sí enorme figura de Alfred Hitchcock. De las más inocentes -detenía los rodajes a las cinco en punto para tomar el té-, a las que le granjearon la fama de terror para los actores -el director llegó a afirmar: «Mucha gente piensa que soy un monstruo, ¡lo piensan realmente, me lo han dicho!»-. Su relación con las actrices fue siempre tortuosa. Tippi Hedren sufría cada vez que se dirigía al rodaje durante la filmación de «Los pájaros», y no fueron mucho mejor con las demás, aunque una cosa quedó muy clara: su afición por la rubias con aspecto frío y elegante, de las que, explicaba, había que «imaginárselas en el asiento de detrás de un coche». Grace Kelly, la propia Hedren, Kim Novak e Ingrid Bergman fueron algunas de sus musas.