En los cinco días que estuvimos en Orihuela (a finales de octubre), justo en la semana del centenario del nacimiento de su poeta, Miguel Hernández, me venía a menudo a la cabeza una pregunta y un deseo: ¿Verán los muertos lo que pasa aquí abajo tras su ausencia? Ojalá que no, pues alguno hasta podría morir de nuevo del berrinche. Como sería el caso del autor de El rayo que no cesa, a quien dejaron morir de tuberculosis en la cárcel de Alicante en 1942, cuando sólo contaba 32 años, mientras que ahora todo el mundo (izquierda y derecha) trata de rentabilizar su memoria; a veces, hasta con una falta de pudor descarada.
La primera vez que estuve en Orihuela fue en 1969, con mi hermana Maite y un amigo común. Ahora volvía de nuevo con ella y una amiga, Catalina. Entonces, con la dictadura, resultó muy difícil encontrar a alguien que nos contara cosas de Miguel Hernández, como si estuviera prohibido hablar de él. Aunque al final encontramos la panadería de su hermana Encarna, quien nos dio las señas de la viuda del poeta, Josefina Manresa, que vivía en Elche. Fuimos a verla y pasamos con ella un rato memorable.

Fastos mediáticos
Hoy, con el tirón mediático de los fastos del centenario, Orihuela estaba desconocida, pues 'MH' estaba hasta en la sopa. Casi literalmente, porque en el programa había una deliciosa muestra gastronómica de homenaje en el hermoso Palacio de Tudemir donde nos quedamos. Y la burguesa tienda de ropa que había enfrente tenía sus escaparates decorados con poemas y fotografías suyos. Además, la Lotería Nacional del sábado de su nacimiento se celebró en directo en el Colegio de Santo Domingo, donde estudió; y el cupón de los ciegos de ese día también era en su honor. O sea, Miguel por todas partes, un abuso hasta para los hernandianos.
Antes de llegar a Orihuela estuvimos en Elche, contactando con un artista relacionado con la familia del poeta, sobre todo con su nuera, Lucía Izquierdo, la gran beneficiaria de su legado, que lo ha vendido al Ayuntamiento de la ciudad de las palmeras (socialista; el de Orihuela es del PP) por tres millones de euros para que lo use por 20 años; más una fundación para impulsar la obra hernandiana. Nos llegó a contar algunas cosas sorprendentes, sobre todo del hijo al que dedicó el precioso poema de Las nanas de la cebolla. Tanto que prefiero no contarlas aquí, por respeto a sus padres.
No podíamos dejar pasar la ocasión de visitar en el cementerio de Alicante la tumba del poeta, quien ahora descansa en un sitio preferente en compañía de ese hijo (Manuel Miguel) y su viuda. Era lunes por la mañana y había poca gente. Depositamos tres rosas sobre el frío mármol; recité parte de su impresionante Elegía a la muerte (tan temprana) de su amigo Ramón Sijé y puse en un buzón anexo algunos haikus de los que iba escribiendo sobre la marcha. Uno de los ratos más emotivos del viaje.
Como emotiva resultó la visita a su casa museo, donde el Día D del centenario (el 30 de octubre) se hicieron una serie de lecturas espontáneas de poemas, tanto de Miguel como dedicados a él. Hasta participó una pareja de novios recién casada. Allí estaba la cama en que durmío desde los 4 a los 24 años; y su huerto querido, con la misma higuera y el limonero que cantó el querido compañero del alma, compañero. Huellas vivas de un poeta al que por fin se le hace la justicia que merece.

Serrat cantando y el pueblo leyendo
Entre los recuerdos que más quedaron fijados en el corazón de esos días en Orihuela sobresalen el concierto de cierre de la gira hernandiana de Joan Manuel Serrat, del que de milagro conseguimos entradas, y buenísimas. Un trabajo excelente que nos emocionó casi hasta las lágrimas.
Y el recital improvisado que surgió entre unos cuantos la mañana del centenario en el huerto de la casa museo del poeta. Un ratito guapo y mágico, en el que sentí más y mejor la presencia de Miguel que en los otros escenarios de su biografía.