Y terminó. Un año más, con el baluarte lleno hasta los topes, la cita jazzística en Dalt Vila ofreció su doble concierto de clausura el pasado sábado con la presencia en esta ocasión de dos propuestas muy alejadas entre sí, pero ambas de una calidad indudable.
Con la aureola que da haber ganado el certamen competitivo de Getxo, el trío liderado por el pianista danés Carl Winther fue el encargado de inaugurar la velada con un estilo decidido y bien definido y una sonoridad fuerte, con carácter, muy bien acompañado por el contrabajista finlandés Johny Aman y el batería sueco Johan Kolsut. Alternando momentos de hardbop con otros que podríamos encuadrar en la línea del jazz escandinavo contemporáneo, Winther mostró por qué muchos le ven como la futura referencia del piano en el norte de Europa.
En sus sesenta minutos de actuación, el trío alternó varios temas de su hasta ahora único disco, Contact, como Abstract, Seven Steps Ahead, Left Alone y Stress, con uno inédito, Deconstructing Mr. X, y otras dos composiciones, también originales de Carl Winther: Saga y Cassiopeia.
Fue un concierto muy completo en el que los ritmos sincopados se imponían en muchas ocasiones a las melodías y que estuvo muy bien resuelto en las improvisaciones.
La propuesta escandinava, tras el cuarto de hora de rigor para cambiar el escenario, dio paso al plato fuerte, la presencia en el festival ibicenco por segunda vez (ya actuó en la isla en 2002 con una big band) del saxofonista David Murray, en esta ocasión escoltado por su Cuban Ensemble, integrado por Román Filiu (saxo alto), Ariel Brínguez (saxo tenor), Mario Félix Fernández Morejón (trompeta), Denis Cuni Rodríguez (trombón), Iván 'Melón' Lewis González (piano), Reinier Elizarde Ruano (contrabajo) y Arnaldo Lescay (batería).

Conciertos paralelos
Tal y como ocurre en el disco que ha dedicado a Nat King Cole, eje del concierto ibicenco, el octeto arrancó con El Bodeguero, y casi inmediatamente se puso de manifiesto que la banda sonaría contundente en todo momento, pero que, también, existía una cierta disfunción, algo así como dos conciertos que discurrían paralelos. Fijados a las partituras de Cole, el conjunto aparecía solvente, pero el espíritu musical no se elevaba realmente hasta que los músicos no se apartaban de la melodía. Ahí pudo escucharse al verdadero Murray y ahí también descubrimos al también saxo tenor Ariel Brínguez, propietario de una voz definida, sólida y que puso bien de manifiesto en el solo que compartió a dos voces con Murray en Black Nat, puede que la mejor pieza de la noche. "Llegará a ser una estrella", le alagó el saxofonista de Oakland.
Y en esta especie de esquizofrenia musical, Murray avanzaba en un concierto muy aplaudido por el público, que tarareaba los estribillos de Quizás, quizás, quizás, Piel canela, Tres palabras o Aquí se habla en amor, puesto que Murray, en una decisión creo que acertada, prescindió de un vocalista. Sobre el escenario, el octeto se convertía en cuarteto, quinteto o incluso en trío en los solos de piano y Murray desplegó una gran generosidad para con sus músicos, cediéndoles mucho espacio, incluso dejando al trombón sin ningún tipo de acompañamiento en Aquí se habla en amor, último tema del concierto antes de un bis en el que el músico norteamericano prescindió de toda su sección de vientos para interpretar la pausada melodía de No me platiques más. Tras la última nota, allí estaba, con la Catedral de fondo, vestido de blanco y alzando los brazos un David Murray satisfecho recibiendo la ovación de un público entregado que ya se pregunta cuáles serán las sorpresas que deparará la (esperamos) próxima edición del festival.

Backstage
Reuniones y encuentros
El ambiente tras el escenario en la última jornada del festival fue un auténtico lujo. El trío de Carl Winther se fotografiaba con David Murray, mientras éste buscaba al pianista afincado en Eivissa Joachim Kühn (que asistió a las dos últimas jornadas del certamen) para quedar con él una vez finalizado el concierto. Cerca de allí, el pianista Abe Rábade, que alargó un día más su estancia en la isla (y que aprovechó para conocer Formentera), repartía sonrisas entre conversación y conversación. Sobre ellos, la Catedral. Por debajo, toda la ciudad de Vila y el puerto. Lo dicho, de lujo.