Varios de los actores y cantantes durante un momento de la representación, el día del estreno.

Se diría que a Armin Heinemann y a su equipo le gustan los desafíos, poner el listón cada año un poco más alto para estimularse, superando las dificultades que supone levantar en Eivissa un proyecto operístico. Toda una osadía con los escasos recursos y las limitaciones de todo tipo a las que tiene que enfrentarse en cada nuevo montaje. Y esta vez, nada menos que con Don Giovanni, de Mozart y Da Ponte, una de las óperas más complejas, ricas y largas del repertorio lírico. Un desafío que, en opinión del numeroso público que asistió el lunes en el Palau de Congressos de Santa Eulària, a la primera de las cuatro entregas programadas, convenció tanto a los aficionados a la lírica como a los que descubrían este arte grande por primera vez.
Así, montaje a montaje (y éste es el sexto) el entusiasta, perfeccionista y laborioso diseñador, arquitecto, director de escena y responsable de la firma Paula's, residente en la isla desde los 70, va logrando crear en Eivissa afición por la ópera. ¿Su fórmula? Buen gusto, imaginación, esfuerzo, colaboradores responsables y un entusiasmo a prueba de dificultades y problemas.
Vida y libertad
El montaje dirigido por Heinemann, con la estupenda dirección musical de Ricardo Estrada, puso un énfasis especial en potenciar las claves conceptuales de Don Giovanni: su amor por la vida, el erotismo y la libertad, enfrentados a la sociedad mortecina del siglo XVIII que perdía a marchas forzadas su moral rígida y sus costumbres trasnochadas e hipócritas. Una reacción lógica y plausible, pues la obra de Mozart/Da Ponte es coetánea de la Ilustración, la Revolución francesa y la declaración de los Derechos Humanos. Nada menos.
Y atendiendo a esas claves, el montaje ibicenco desplegó toda una batería imaginativa, efectista, singular y variada de recursos; empezando por un vestuario excelente, marca de la casa (firmado por Armin Heinemann y Stuart Rudnick); pasando por un elenco de voces más que meritorias (y algunas, de primera); siguiendo por una orquesta (entre músicos locales y de la Orquesta del Gran Teatro del Liceo de Barcelona) que sonó realmente bien; y por primera vez delante del escenario, como debe de ser; continuando con una puesta en escena llamativa, original, con gracia y libertaria a ratos, sin concesiones al academicismo dogmático; y terminando por el buen hacer de los figurantes, el Cor Ciutat d'Eivissa y la iluminación.
Un conjunto de elementos bien armonizados y dispuestos que pusieron de relieve la complicidad y la ilusión compartida por todos para lograr un resultado que llamó felizmente la atención a un público respetuoso, atento y generoso en su respuesta. Algo no tan fácil de conseguir en una ópera de casi tres horas de duración. Pero la hermosa partitura de Mozart y el irónico, inteligente, divertido, picante y reflexivo texto de Da Ponte (traducido aquí al castellano en sus partes recitadas para facilitar la compresión del conjunto), hicieron que la velada no se hiciera larga al respetable, que dedicó una larga y entregada ovación final a todo el equipo del Don Giovanni en Ibiza. Así que, Armin y compañía, gracias y a por la siguiente.

Una ibicenca picante y osada
Elogiando el buen trabajo de todas las voces solistas (valoradas según el gusto de cada cual), llamó notablemente la atención la gracia picante y osada de la soprano ibicenca Lucía Herranz, que dotó al personaje de la campesina Zerlina de una personalidad atrevida y sin complejos que hizo las delicias del personal con sus escenas subidas de tono.