Antoni Marí Marí, ‘Rota’, posa con su libro en las instalaciones del periódico Ultima Hora Ibiza.

Hoy se presenta en el Camp d’Aprenentatge de Sant Vicent de sa Cala el ensayo de Antoni Marí Marí, Rota, Escola i mestres a sa Cala. La obra, Premi Baladre 2010, es el resultado un exhaustivo trabajo de campo con «el que se quiere recordar a todo aquel que ha practicado la enseñanza en el lugar aprovechando que la escuela es una parte muy importante de cualquier pueblo».

—Cuatro años de investigación son muchos...

—La verdad que sí. Comencé en 2008 y en este tiempo he hablado con todos los maestros vivos que pasaron por la escuela de Sa Cala, he consultado el Arxiu y el Museu d’Educació de les Illes Balears de Inca y los archivos de Sant Joan, el parroquial de la iglesia de Sant Vicent y el de la escuela de sa Cala. Además, he visitado el 80% de las casas de la localidad y creo que, aunque en ocasiones he sido un poco impertinente, ha merecido la pena.

—¿Por qué decidió escribir este ensayo?

—Bueno, yo he nacido allí y además ejercí de maestro en la escuela. Sin embargo, me decidí cuando mi hijo me pidió ayuda para un trabajo sobre Sant Vicent de sa Cala que estaba preparando en el año que terminó Historia en la Universitat de Barcelona.

—Así que se puso manos a la obra.

—Sí. Enseguida me interesó el tema y no estaba dispuesto a que lo que se vivió allí pudiera caer en el olvido. Y es que cada vez que se muere una persona de edad se va con él una parte de nuestro legado histórico y cultural irrecuperable.

—Y entonces, ¿qué podemos encontrar en su obra?

—Pues no es un inventario sin más de los maestros y maestras que pasaron por la escuela, sino que intenta recoger momentos históricos que pasaron en sa Cala o en Eivissa coincidiendo con la estancia de cada uno.

—¿De cuántos maestros estamos hablando?

—Bueno, primero habría que dejar claro que hubo una escuela para muchachos y otra para muchachas. La primera empezó a funcionar en 1918 con Agustí Laseca Sanz y abarca unos cuarenta y cinco profesores, mientras que la de chicas, abrió sus puertas en 1928, con María Jacoba Morro Ventayo como primera maestra, y tras ella dieron clase algo más de cuarenta.

—Además hace referencia a otras personas que también ayudaron en la alfabetización de la zona.

—Sí, porque sería muy injusto olvidarnos de los fareros del faro de punta Grossa, los capellanes o todos los que volvían del ejército tras servir en las colonias, que antes de que se construyera la escuela enseñaban a leer o escribir a los habitantes de la zona. Además, tampoco nos podemos olvidar de ‘las personas idóneas’, que daban clase cuando no había maestro en la escuela. Por eso, recopilar todo ha sido como tirar de una cadena a la que en ocasiones le faltaba algún eslabón para poder continuar.

—¿Cuáles fueron los momentos más complicados?

—Sobre todo el período de la Guerra Civil. En este período Balears fue considerada como zona peligrosa, las escuelas estaban cerradas y entró en funcionamiento la Comisión Depuradora, en la que el maestro era susceptible de ser sospechoso de cualquier cosa pudiendo ser incluso fusilado. Este fue el caso de Luis Rovira Miralles, un soriano que ejerció de maestro en sa Cala de 1919 a 1924 y que acabó sus días tras ser fusilado por los nacionales en Alicante el 12 de julio de 1940 junto a 14 personas más.

—Una historia que llega al corazón.

—Realmente me han asombrado todas, porque en aquella época ser maestro en sa Cala era un hecho heroico. Ten en cuenta que para una persona que fuera de Palma o de Vila venir hasta aquí era como viajar hasta la otra parte del mundo. En el 35 se inicia la carretera, pero se paralizó en el 36 y no se inició hasta el 61 y, además, hasta mediados de los años cuarenta solo se podía acceder desde Sant Carles en carro. Eso sí, siempre quedaba Can Vicent de Sa Fonda. Allí han comido y dormido la mayoría de los docentes y no hay ninguno que no tenga un recuerdo entrañable de esta familia y de esta casa.