Teresa Rullán, en el laboratorio de restauración del Museu Arqueològic, trabajando en uno de los huevos de avestruz de la colección.

Con bata blanca, guantes de látex y un fino pincel en la mano, Teresa Rullán examina bajo la luz de un flexo la estructura de una de las cáscaras de huevo de avestruz y sus dibujos. Durante el último mes y medio (y en temporadas anteriores), esta especialista en restauración de pintura ha llevado a cabo una intesa labor sobre esta colección del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera, expuesta en parte en el Monogràfic de Puig d’es Molins, y ayer explicó dicho trabajo a los asistentes a la segunda conferencia del seminario Del passat al futur, que finaliza mañana y en el que se está dando una visión general de la labor del laboratorio de restauración del museo pitiuso.

La dedicación de Rullán a estas cáscaras de huevo se sostiene sobre dos principios básicos: el criterio de intervención mínima y, en caso de que sea necesaria, la clara diferenciación del material original del restaurado. Por ejemplo, los vacíos de las piezas se recomponen con yeso de dentista y las imágenes dibujadas sobre su superficie se completan con lo que se llama, explica Rullán, «reintegración diferencial a base de puntillismo». Es decir, con un pincel muy fino se aplica gouache siguiendo el dibujo original, pero se hace con pequeños puntitos, así, vista a una cierta distancia, la pieza presenta una uniformidad que permite apreciar el diseño y el color, pero al acercarnos veríamos claramente la diferencia entre las dos zonas pintadas, la original y la nueva. «El gouache es una pintura soluble al agua, lo que permite a cualquier restaurador posterior eliminarla, hoy en día las intervenciones deben ser reversibles y deben ser completamente documentadas paso a paso», apunta la restauradora.