Teresa Grandas, el pasado viernes en el Museu d’Art Contemporani d’Eivissa.

Durante tres días del mes de octubre de 1971, más de mil personas se dieron cita en Eivissa para participar en el VII Congreso del International Council of Societies of Industrial Design (ICSID), organizado en aquella ocasión por la Agrupació de Disseny Industrial del Foment de les Arts Decoratives (ADI/FAD). Tras visitar ciudades las ciudades de Estocolmo, Venecia, París, Viena, Montreal y Londres, esta cita bianual aterrizaba en la Cala de Sant Miquel, donde se convirtió en el punto de confluencia entre el diseño y las formas más experimentales del arte y la arquitectura de nuestro país. Una ciudad hinchable (Instant City), esculturas flotantes y cambiantes, debates de todo tipo y, sobre todo, una sensación de sí había un lugar para el debate entre las sombras de la dictadura franquista. El Museu d’Art Contemporani de Barcelona (Macba) recuperó el pasado año aquel acontecimiento con la exposición La utopia és possible, que el próximo viernes se inaugurará en el Museu d’Art Contemporani d’Eivissa (Mace), una institución que también se vio envuelta en el carrusel creativo de aquellos días de octubre. La muestra cuenta con dos comisarios, Daniel Giralt-Miracle y Teresa Grandas. Precisamente, este última se encuentra en la Isla coordinando el montaje de la exposición.

—¿Cómo se gestó en pleno franquismo la organización de un congreso como el del ICSID en Eivissa, que abogaba por romper límites y fronteras?

—Precisamente por el contexto franquista, gris y represivo, que no permitía encuentros masivos y los derechos de asociación estaban controlados, sobre todo en el campo profesional. En ese entorno la junta de ADI/FAD toma la iniciativa de organizar un congreso de carácter internacional. Era una junta que, ante la dificultad de encontrar lugares donde poner ideas en común, era muy mixta: había arquitectos y diseñadores, pero también sociólogos, gente del cine, de la filosofía, de múltiples disciplinas, y todos ellos querían renovar el panorama cultural. Desde el grupo de diseñadores industriales, sobre todo por André Ricard, que era miembro de la junta del ICSID y había participado en congresos anteriores de la organización, hacía tiempo que pensaban que la organización de un congreso en España permitiría traer gente de fuera que viniera con ideas nuevas, pero también daría a conocer todo lo que se estaba haciendo en el país.

—¿Por qué Eivissa?

—Uno de los problemas de los congresos anteriores es que tenían un programa de actos muy predeterminado, y como se hacían en ciudades importantes siempre había un componente de turismo, la gente tendía a dispersarse. Lo que se quería desde ADI/FAD era un espacio de debate, un intercambio de ideas que fuera constante. El problema de los congresos es que no suele haber un espacio de debate articulado y ellos querían un congreso con mucho debate. Barcelona era una ciudad muy atractiva, pero el hecho de que viniera gente de muchos países, con alguno de los cuales no había relaciones diplomáticas, hubiera alertado a las autoridades. Incluso pensaron en hacer un congreso en un crucero, pero su organización era muy complicada y se desestimó. Muchos de los miembros de ADI/FAD tenían vínculos con Eivissa de manera pesonal o profesional. Sabían que de cara al exterior tenía una proyección de espacio de libertad y que desde los años veinte habían pasado por la Isla intelectuales de todo el mundo. Era un lugar con un turismo muy distinto al resto del país y con un territorio idóneo.

—Pero no sólo se enfrentaron al régimen, sino que también lo hicieron respecto a la estructura misma de los congresos. ¿De qué manera se logró que los participantes aceptaran esas nuevas reglas?

—Desde el año anterior al congreso se estuvieron editando hojas informativas sobre cómo querían estructurar el congreso, con una idea muy fuerte de Do It Yourself (hazlo tú mismo). La idea era que pudieras llegar allí, proponer algún tema de debate y ver cómo se desarrollaba. Por eso se organizó en gran parte en torno a las salas de reuniones. Pero a veces, por mucho que expliques a lo largo de todo un año lo que quieres hacer y cómo lo quieres hacer, muchos terminan por no procesarlo o por no terminar de entenderlo. De repente se encontraron en una isla con muy pocas posibilidades de conexión para llegar y para salir de ella y, al preguntar por el programa, les decían que tenían que ser ellos quienes le dieran forma. El primer día fue un poco caótico, con muchas quejas. Pero después la gente empezó a perder sus prejuicios, a integrarse y las salas de reunión empezaron a quedarse pequeñas. Muchas reuniones empezaron a hacerse en las terrazas, bajaron a la playa y, finalmente, ocuparon incluso partes de la Instant City en una especie de contracongreso. Hubo gente que no lo entendió, creo que una minoría al final, pero también es cierto que este tipo de congreso no volvió a repetirse. Se volvió a lo convencional.