Memoria viva. Francisco Brines (en la imagen, durante la entrevista en el MACE) es parte de la historia de la poesía española.

Hablar con Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1931) es estar frente a frente con una parte importante de la poesía española de los últimos cincuenta años. Poeta y académico de la lengua, a su extensa nómina de premios y galardones sólo falta añadirle el Cervantes, ya que atesora el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Premio Nacional de Literatura, el Premio Nacional de las Letras Españolas, el Premio Nacional de la Crítica, el Fastenrath o el Adonais. Es autor de El otoño de las rosas (1986), considerado hoy en día como uno de los libros fundamentales de la poesía en castellano de la segunda mitad del pasado siglo y, a sus 81 años, prepara un nuevo poemario. Ayer, en el salón de actos del Museu d’Art Contemporani d’Eivissa (MACE), ofreció el segundo recital de las segundas Lectures Poètiques que alberga la institución. Unas horas antes, en el mismo museo, Brines charló con este periódico sobre su obra y el mundo de la poesía, a la que ha dedicado prácticamente toda su vida. Una conversación que el escritor arrancó con un envidiable buen humor y con toda una declaración de principios: «No me siento anciano, sé que lo soy, pero es como si eso no fuera conmigo. Cuando venga la hora diré adiós y en paz».

—¿Continúa escribiendo?

—Poco, pero aún sí. Tengo prácticamente terminado un libro, del que quedan por trabajar dos poemas. No será un libro muy extenso, pero sí un libro en el que procuro que no haya ningún poema que baje, sino que tenga un nivel medio y luego algunos poemas que resaltan un poco y que justifican el libro. El tipo de poemas que en una antología que hiciera tendrían que estar incluidos. En general eso ha ocurrido en mis libros, porque cuando me han hecho selecciones y antologías han escogido obras de todos ellos.

—¿Cómo definiría su relación con la poesía?

—Al final, uno es un instrumento de la poesía. Cuando uno escribe siempre querría que los poemas fueran los mejores de entre todos los que ha hecho. En principio, soy un explorador que actúa con la intuición, y la intuición es inteligencia también. Después de la intuición y de la exploración viene el colonizador, que es quien tacha o añade o cambia. Ahí entra ya la razón y el conocimiento práctico, que se aprende al leer poesía y buenos ensayos sobre ella, y también hablando con poetas amigos. A todo ello hay que añadir lo que uno mismo piensa, valora y trata de explicar.

—¿Qué opina de la poesía joven actual?

—Recientemente he sido jurado de un premio en Málaga para menores de 35 años y los poemas eran como crucigramas. A uno de los autores le pregunté que qué quería decir con su obra y me lo explicó, a lo que le respondí: ‘¿Y dónde está?’. Es decir, ese significado estaba ahí cuando lo escribió, pero luego quitan partes del mismo y al eliminar referentes oscurecen el poema. Ellos saben lo que habían escrito, lo pueden justificar, pero el lector no, y sin referentes está perdido, es como al nadador que no sabe nadar y lo echan a alta mar: se ahoga. Crees que has entendido esa poesía cuando le das una significación, pero es la emoción de quien hace un crucigrama. ¿Un crucigrama da algún placer estético? Ninguno, sólo que lo has hecho, pero estéticamente es igual a cero. Y hay mucho de cero en esa poesía oscura que hacen algunos, pero no todos, a esa edad.

—¿Pero hay futuro en la poesía española actual?

—Sí. Hay poetas, afortunadamente. Además, poesía contemporánea es la que escriben todos los que están vivos. En la actualidad coexisten mi generación, de la que quedamos muy pocos; la generación Novísima, y la posterior, que es una buena generación, con Juaristi, Marsal, Gallego, García Montero o Benítez Reyes.