Kiko Veneno ayer en Eivissa antes de la entrevista.

Posiblemente por José María López Sanfeliu sólo lo conozcan sus más allegados. Pero si hablamos de Kiko Veneno (Figueras, Girona, 3 de abril de 1952), la cosa cambia. Este hijo de militar y payesa está considerado uno de los músicos más respetados de este país gracias a su inconfundible estilo que mezcla el flamenco que conoció durante su infancia en Cádiz y Sevilla con los acordes de artistas como Frank Zappa o Bob Dylan. Casi cuarenta años después de formar junto a los hermanos Amador el grupo Los Veneno sigue al pie del cañón con temas que han pasado de generación en generación. Ahora, muchos de ellos, podrán ser escuchados esta noche en el concierto que ofrece en Las Dalias.

—No es la primera vez que viene a Eivissa. ¿Cómo se presenta esta noche?

—Pues no. Si no recuerdo mal ya vine de hippy y después con Raimundo y Los Veneno. Pero bueno, aquí estoy casi cuarenta años después, y esta vez con un concierto acústico acompañado de Félix Roquero.

—¿Podremos escuchar los temas que le han hecho mítico?

—Seguro o por lo menos una parte. Todos ellos forman parte de un repertorio de unas cuarenta o cincuenta canciones que comienzan realmente cuando empezamos a vender discos allá por los primeros noventa. Antes hice algunos discos que triunfaron menos que lo hace un torero en los tiempos que vivimos.

—Pero es consciente que ha compuesto temas que han pasado de generación en generación.

—Hombre, mi oficio es hacer canciones. Tal vez el haber conseguido que algunos temas hayan pasado dos o tres generaciones las haya hecho buenas. Pero no es porque las haya compuesto yo sino porque han sido capaces de traspasar la barrera del tiempo sin cansar a la gente.

—En los noventa marcó un antes y un después con su estilo inconfundible. Siempre se le ha asociado con el flamenco pero usted siempre dice que no es su mundo.

—Es que es así. Soy andaluz y por eso tuvo una gran influencia en mí pero no menos que la que tuvieron los curas salesianos de Cádiz cuando siendo muy pequeño me obligaban a cantar gregoriano.

—Pero no me negará que su música mezcla muchos estilos.

—Por supuesto. También he tenido influencias de la música ‘yeye’ de Los Brincos o de los Beatles, pero también de Sarita Montiel o Las Grecas. Realmente, he bebido de todo lo que salía por la televisión ya que era una época en la que todo era maravilloso. No como ahora que da pena verla.

—Eran otros tiempos.

—Por supuesto. Entonces la música era una ventana ante un mundo gris que vivía en una dictadura. Fue una época en la que el arte consiguió irrumpir en todos los hogares españoles con un soplo de aire fresco y de optimismo y en la que artistas como Sara Montiel o Lola Flores eran valientes que se atrevían a cantar en un país que era un erial.

—Todo lo contrario que ahora.

—La verdad que sí. El arte ahora no está entre las prioridades de una sociedad que prefiere el gimnasio, el dinero y otras mil cosas más.

—Entonces, por sus palabras, deduzco que no le gusta mucho nuestra sociedad.

—En parte. Creo que nuestra sociedad está muy mal porque todo el mundo quiere enterrar el arte a favor de cosas como las que he dicho antes. Ahora se va más al gimnasio que a la biblioteca y el resultado es que una gran parte de nuestra población no sabe quien es Sócrates.

—¿Y eso acaba afectando al arte?

—No. Lo que está fastidiado es la sociedad no el arte. Creo que, como sucedió hace cincuenta años, las épocas de oscuridad son una buena oportunidad para que los artistas saquen la cabeza. Ten en cuenta que el arte es gratis y por eso estará siempre integrado en nuestra sociedad.