Fabrice Nicolin, trabajando en su estudio.

Las vidrieras más antiguas se conservan en la catedral de la ciudad alemana de Augsburgo y están fechadas entre 1050 y 1150. Sin embargo vivieron su período de esplendor entre los siglos XII y XVI cuando se convirtieron en un elemento fundamental de las catedrales góticas de España, Francia, Alemania e Inglaterra. Hoy, casi cinco siglos después, el artesano vidriero Fabrice Nicolin (Dijon, Francia, 1971) sigue trabajando como lo hacían los primeros artesanos pero transformando sus creaciones a las exigencias de los nuevos tiempos.

Tras aprender hace 15 años en Argentina de la mano del prestigioso artista Carlos Herzberg ahora Nicolin, convertido en uno de los grandes referentes del trabajo artístico del vídro, ha trasladado hace unos meses su taller a Sant Josep. «Mi relación con el maravilloso mundo del cristal luz comenzó por casualidad cuando empecé a asistir como hobby a las clases del taller de Herzberg y poco a poco me atrapó tanto que acabó siendo una obsesión y finalmente una profesión», explica el artista francés.

Nicolín, exingeniero industrial, es capaz de transformar cristales comunes en piezas de arte de distintos tamaños y volúmenes gracias a un método denominado fusing, consistente en moldear los objetos en un horno eléctrico a 800 grados. «Consigo elaborar piezas artesanales, únicas en el mundo, y que se adaptan al gusto del consumidor ya que aunque el horno está pensado para creaciones de 85 por 120 centímetros de tamaño siempre se pueden aumentar ensamblando el resultado final», resumió el vidriero francés.

Sin embargo, su labor principal se basa en la elaboración de vidrieras, tanto para iglesias como para domicilios particulares. Los antiguos artesanos usaban estas piezas para cubrir un espacio en el muro, haciendo creaciones que con pequeñas piezas de vidrio coloreado reproducían todo tipo de escenas, y las unían entre sí con tiras de plomo formando lo que se conoce como emplomado. En este sentido, Fabrice Nicolin sigue fiel a la tradición aunque se ha adaptado a los nuevos tiempos.

«Normalmente la gente asocia el nombre de vidriera al arte sacro pero yo creo que es algo que va mucho más allá y por eso estoy empeñado en demostrar que se trata de un arte contemporáneo y que con los pequeños vidrios de colores se puede conseguir prácticamente cualquier figura y cualquier color que uno se proponga», aseguró el propio Nicolin.
Restauración de vidrieras

Es precisamente esta idea la que pretende transmitir a los alumnos que participan en los cursos particulares que imparte por toda la isla. Además, el artista francés colabora en la restauración de distintos edificios eclesiásticos de la diócesis de Eivissa. De momento, en unos días comenzará a trabajar en el arreglo de una vidriera circular, de 1 metro de diámetro, de la iglesia de la Virgen del Roser y Sant Ciriac en Vila, y está pendiente de comenzar a hacerlo con algunas de las vidrieras de la Catedral de Eiviza que se encuentran en muy mal estado. Algo que hará ajustándose a la tradición pero «aplicando los avances del siglo XXI».