Oficialmente Jordi H. Fernández se jubiló como director del Museu Arqueològic d’Eivissa y Formentera el pasado 11 de enero. Sin embargo, este gallego que llegó a la isla con sus padres a la edad de cuatro años no puede vivir sin la arqueológia y sin el museo que ha sido su segunda casa desde que fuera nombrado Director Interino en abril de 1974. Por ello asegura que sigue recogiendo «con calma» las cosas de su despacho hasta que se sepa el nombre de su sustituto. De momento, hoy, a partir de las ocho de la tarde, la Consellería d’Educació, Cultura i Universitats, el Museu Arqueològic y l’Associació d’Amics del Museu rendirán un merecido homenaje a este hombre de trato afable, sonrisa constante y tremenda memoria.

El inicio de esta aventura comenzó en 1974. ¿Cómo recuerda aquellos días?

—Como si fuera ayer. Antes de ser nombrado, en abril de 1974, yo sólo era un recién licenciado en Prehistoria e Historia Antigua por la Universidad de Barcelona y en unos meses mi vida cambió tan de repente que aún no me lo creo.

¿Cómo fue todo?

—Casi por un cúmulo de casualidades. Yo formaba parte del equipo de Miquel Tarradellas y su mujer Matilde Font y mi relación con los museos se había limitado a un trabajo sobre las necrópolis rurales que se publicó tiempo después. Me acuerdo perfectamente que yo estaba trabajando con mi compañero Luis Plantalamor en unas excavaciones en Toledo cuando un día nos hizo una visita Florentino Pérez Embid, entonces Subdirector General de Bellas Artes, y Juan González Navarrete, Comisario de Museos. Éste último al saber que era de Eivissa me dijo que había una plaza libre en el museo y que hiciera un informe. Se ve que le gustó o que le caí bien, pero lo cierto es que confió en mí para nombrarme Director Interino.

¿Y luego tuvo que hacer oposiciones?

—Por supuesto, como cualquier aspirante. No fue fácil puesto que se publicaron a finales de noviembre y los exámenes eran en marzo e incluían 40 temas de arte y etnología, 39 de arqueología, 10 de legislación y museologia y 3 ejercicios prácticos. El caso es que tuve la inmensa fortuna de quedar en quinto puesto de los 18 candidatos y como habíamos llegado un acuerdo entre todos los interinos para reservar nuestra plaza y viendo que mi mujer, Rosa, me dió su aprobación, acepté el cargo de forma definitiva.

¿Cuándo llegó que se encontró?

—(risas) Si se lo digo no se lo va a creer. Sólo lamento no tener una máquina de fotos para haber recogido todo y reirnos pasados los años. El estado de Puig des Molins era aceptable, ya que había sido inaugurado en 1967, pero el de Dalt Vila era casi una sala del terror.

¿Tan desastroso era?

—(risas) No. Era un simpático museo pero con todo abigarrado y amontonado. Aún recuerdo perfectamente la sensación que tuve cuando entré por primera vez en las dos pequeñas salas y vi el batiburrillo de materiales almacenados en vitrinas forradas con una tela roja de seda horrible que cambié en cuanto pude.

En este sentido, usted era joven y seguro que chocaba con la mentalidad de la época.

—En parte sí. Yo entonces tenía 24 años y casi desde el primer momento intenté transformar el museo para intentar hacerlo más accesible y cercano a los ciudadanos, una idea que no se llevaba mucho a finales de la dictadura.

Y ahora ha conseguido que el Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera sea un referente en la época fenicio púnica.

—Sí, es algo que parecía imposible cuando llegué aquí. Aunque no se lo crea a este museo casi daba miedo acudir. Estaba ubicado en una calle, Vía Romana, que no tenía acera y que sólo estaba iluminada con una pequeña bombilla roja. Además, nadie valoraba la necrópolis. No estaba vallada, la gente tiraba bolsas de basura y en las tumbas e incluso hacía motocros. Lo dicho, lástima de no tener los móviles de hoy en dia para inmortalizarlo todo (risas).

¿Cómo consiguió cambiarlo todo?

—Bueno principalmente gracias a la colaboración y al esfuerzo de mucha gente. Aunque yo he sido el director no me puedo olvidar de colaboradores y trabajadores como Benjamí Costa, Paco García, Paco Boned, Carlos Gómez, Mariano Llobet, Rosa Gurrea o Eduardo Posadas sin los que llegar a donde estamos ahora no hubiera sido posible. Pero, concretando, todo comenzó con un programa de control de las obras que se hacían en Eivissa y que ayudó a rescatar muchísimo material de incalculable valor arqueológico.

Pero esto no sería fácil. Aún a día de hoy cuesta convencer de la importancia de algunos restos...

—Si le digo la verdad no fue nada sencillo. En aquella época perdimos muchas guerras porque no siempre encontramos colaboración y nos ocultaban los inicios de las obras para que no las paralizáramos Y además, convencer al payés que lo hay en su finca desde hace cientos de años no son cuatro piedras cuesta muchísimo.

Esto fue al principio. ¿Y después?

—Fundamentalmente pusimos en marcha pequeños actos que parecían insignificantes en aquel momento. Una gota de agua hace un mar y nosotros comenzamos a programar conferencias y actividades para que el ciudadano entendiera que el museo es algo suyo. Y creo que lo hemos conseguido, porque el Arqueològic ahora tiene dos partes diferenciadas, la expositiva, con todo el material que se visita, y la viva, la de las charlas, los cursos, o las publicaciones. Y todo comenzó con la Asociación Arqueológica de las Pitiusas, desgraciadamente desaparecida, y con la que hicimos muchas cosas.

Suena a club de amigos.

—Realmente en sus primeros tiempos casi lo era. La formaba mucha gente, incluído extranjeros, y con ella hicimos las primeras excursiones organizadas para conocer el yacimiento de Es Culleram y recuperar la capilla de Santa Agnes. No se imagina la de domingos por la mañana que fuimos familias enteras a sacar tierra y luego a disfrutar con una torrada entre todos. Fue algo que recuerdo con mucha alegría.

Ahora el testigo lo ha cogido la Asociación de Amigos del Museo.

—Es cierto. Todas aquellas actividades las fue viendo la gente y conseguimos que los ibicencos se interesaran por la arqueología. Después es cierto que esta asociación no ha parado de seguir haciendo cosas, principalmente las visitas a los dos museos y la necrópolis, y nuestras publicaciones especializadas. Por ejemplo nuestra colección de trabajos y estudios se creó en 1979 y actualmente llevamos editados 71, a un ritmo de casi dos por año. Además, nuestras Jornadas de Arqueología Fenicio Púnica son un referente a nivel mundial desde que comenzamos en 1986 y desde que publicamos las primeras conclusiones cuatro años después.

Y que me dice de los niños.

—Son el futuro. A casi todos les encanta la arqueología. Soy un firme defensor de que una parte fundamental de nuestra política tiene que ser la de acercar el museo a los más jóvenes. Cuanto antes empiecen a amar y a interesarse por el patrimonio de Eivissa mucho mejor.

Hablando de niños. En alguna ocasión le escuché decir que la biblioteca del museo es uno de sus niños mimados.

—(risas). Casi se podría decir que sí, aunque más que mimado, dejemoslo en uno de nuestros niños más bonitos. Actualmente contamos con unos 26.000 volúmenes y somos una referencia en el mundo de la arqueología fenicio púnica. Incluso, tenemos intercambio con más de 300 instituciones que nos mandan sus publicaciones y sus escritos permitiendo enriquecernos cada vez más.

Escuchándole, se podría decir que está satisfecho de estos cuarenta años en el cargo.

—Pienso que sí. Creo que se han hecho las cosas bien aunque como en todo, siempre hay puntos mejorables. Por ejemplo, siempre tendré la espina clavada de no haber podido responder a los vecinos que me preguntaban cuándo se iban a terminar las obras del Museo de Puig des Molins, que duraron 17 años. Lo siento. Más quisiera yo haber dispuesto de la dotación económica para agilizar las obras, pero no fue nunca mi competencia. Fíjese que en todo este tiempo pasaron tres ministros de distinto signo político y todos prometían que estaría terminado al año siguiente y nunca se cumplía.

Pero 17 años es mucho tiempo.

—Por supuesto. Pero realmente no estuvo cerrado del todo durante todo este tiempo. La necrópolis estuvo abierta hasta 2006, en 2007 inauguramos una exposición sobre el centenario de la Cueva d’es Culleram, en 2008 otra sobre el centenario de Illa Plana, y en 2009 un adelanto de la permanente, titulada Rituals de Mort. Sólo cerramos del todo cuando ya no quedaba más remedio.

Entonces me imagino que la reapertura debió de ser uno de los momentos más felices.

—Sí, pero tal vez me quedo con el momento en el que se compró el terreno de la necrópolis de Puig des Molins. En 1979 conseguimos convencer al Ayuntamiento de Eivissa para que pagara 30 millones en tres partes por una parte de la necrópolis que era propiedad de los hermanos Riera Torres para garantizar su subistencia. Aunque parezca increible a día de hoy la zona estaba en peligro porque se había programado construir unas viviendas e, incluso, una carretera salía directamente de la calle León. Era surrealista pero al final conseguimos que ahora sea propiedad de los ibicencos.

¿Qué me dice del museo de Dalt Vila?

—Pues ahí está. Con mucha calma. Dicen que las obras estarán finalizadas en 2015 pero eso es imposible. Yo apostaría más 2017 si se siguen los plazos previstos.

También está siendo algo muy largo.

—Bueno no lleva cerrado tanto tiempo. Lo que sucede es que su edificio es a la vez su gran enemigo. Tiene apenas dos pequeñas salas, y luego hay que bajar 11 metros al baluarte por un pasillo muy estrecho, con una humedad aplastante. De momento ya hemos cosido el edificio, que se estaba abierto, y ahora tendrán que adjudicar definitivamente las obras y yo ahí no tengo ninguna competencia. Solo sé que hemos cogido una muy mala época y que ya se han ido descartando distintas ubicaciones para el nuevo museo como el antiguo hospital, el castillo de Ibiza, del que incluso están los planos hechos, y finalmente este nuevo, centrado en el edificio actual. Ahora la idea es mejorar la accesibilidad, ampliar los patios y construir una cubierta desmontable. Pero bueno, esa es la idea, ya que aún hay que adjudicarlo los trabajos y no creo que sea sencillo porque es muy poco rentable construir en Eivissa y menos en Dalt Vila.

Y ya para acabar, la última. ¿Qué va a hacer ahora?

—Disfrutar del tiempo libre que no me ha dejado el museo en estos cuarenta años (risas). Y por supuesto seguir ligado a este maravilloso mundo, ya que tengo algunos proyectos de investigación muy avanzados. Lo que si es seguro es que nunca dejaré de lado al museo.