Felipe González Abarca, un asturiano nacido en Avilés el año 1761, se convirtió en el año 1816 en quinto obispo de Ibiza, labor que desempeñó durante trece años.

Tras ser consagrado en Madrid, llegó a las Pitiusas y se encontró con una población que había aumentado notablemente en los últimos años hasta llegar a las 17.800 personas. El obispo mandó añadir dos nuevos libros parroquiales a los ya existentes de bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones.

González Abarca, encargado de consagrar la catedral de Ibiza el 31 de enero de 1817, también consiguió numerosas limosnas para acabar las obras del templo, en cuyo altar mayor colocó la imagen de la Virgen, obra de Adrià Ferran, y mandó instalar en el coro un conjunto de asientos nuevos y una reja de hierro en el presbiterio.

Según relató el historiador Joan Marí Cardona en el artículo dedicado a González Abarca en la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera, una de las preocupaciones del obispo de Ibiza fue también la educación a través de las indicaciones que daba a los sacerdotes para que abrieran las iglesias y dieran clases a los feligreses que no habían podido estudiar las primeras letras durante su infancia.

Marí Cardona resalta la importancia de que el obispo daba a la educación en todos los aspectos de la vida. Para que la gente del campo llegara a conocer el valor de su trabajo tenían que conocer cómo cultivar las tierras, qué animales era conveniente tener y cuáles eran los mejores árboles y plantas que tenían que plantarse. El obispo de Ibiza resumió todos estos temas en una carta pastoral que transmitió a todos los sacerdotes para que informaran a todos sus parroquianos.

Por contra, González Abarca fue considerado en algunas reuniones políticas como «enemigo» de la Constitución de 1812, motivo por el cual el obispo reflejó su tristeza en diferentes escritos a causa de las acusaciones manifestadas por sus enemigos. Uno de los momentos más tensos durante su episcopado se produjo en 1820 cuando los frailes dominicos fueron expulsados de su convento de Ibiza contra la voluntad episcopal y, aunque después les permitieron volver, pronto fueron enviados a la isla de Mallorca.

El obispo abandonó Ibiza tras un episcopado en el que también recordó la necesidad de construir nuevos templos en Sant Francesc de s’Estany i Sant Ferran de ses Roques. En 1829 fue nombrado obispo de Santander donde pasó los últimos trece años de su vida.

Una iglesia levantada por los vecinos

En 1827, el obispo González Abarca hizo una visita a sa Cala en la que declaró la necesidad de construir una iglesia. Jaume Marí cedió un terreno de su finca para construir el templo, cuyas obras empezaron ese mismo año con la ayuda de las rentas del huerto de Can Parra, cuyo propietario lo había donado para construir la iglesia con la condición de que se hiciera en un plazo máximo de diez años.

En la obra participaron los vecinos de Sant Vicent y, durante los años en los que duró la construcción, se celebró misa a la sombra de un algarrobo del cual colgaba una campana que se instaló en el templo una vez levantado. Según señala la Enciclopèdia, esta campana fue hallada entre los restos del naufragio de un barco en aguas de sa Cala.

El 15 de agosto de 1838 la iglesia fue finalmente inaugurada por el capellán Ramon Serra, que ejerció en sa Cala hasta 1854, con la asistencia del obispo Carrasco, sucesor de González Abarca.