Ustedes se preguntaran qué denominador común pueden tener dos parajes tan dispares como el Bierzo y Buenos Aires.

Verán, si se nos da por rizar mucho el rizo, les diría que Formentera. ¡O al menos un trozo de ella!, que es como más o menos han titulado su exposición en común el bonaerense Gustavo Fernández Pitu y la berciana Raquel Caramazana, joyero y dibujante respectivamente, que comparten espacio y propuesta estos días en la sala de l’Ajuntament Vell de Formentera.

Ambos desembarcaron en la isla once años atrás, ambos son vecinos de parada en el mercado artesanal de la Mola y con los años y la cercanía han desarrollado cierta empatía que les ha llevado a idear la exposición que nos ocupa. Eso sí, con la inestimable colaboración de Flor, mujer de Pitu y amiga de Raquel, que ha hecho las veces de crítica de arte y ayudante tanto en el montaje de la muestra como en la filosofía de la misma.

En cuanto a lo que podemos encontrar si decidimos atravesar la puerta que separa la plaza de la sala, tenemos en primer lugar los dibujos de gran formato de Raquel; nueve creaciones confeccionadas con técnica de dibujo en tinta china. «Yo dibujo con un Rotring, un estilógrafo de delineante que ya usaba en la universidad para hacer dibujo técnico. Lo relleno de tinta china y trazo sobre madera», comenta esta dibujante y diseñadora gráfica que ha vivido en Salamanca, Nápoles, Madrid y Formentera y que se declara fan del botillo, una exquisitez que deberían probar en invierno acompañado de un buen Ribera sin prisas ni miedo a contraer unas onzas de más.

Aún y así, ni el botillo, ni su tierra natal, no quitan que Raquel prefiera más bien una ínsula como la menor de las Pitiüses. «Yo nací para estar en el mar, no en la montaña, y aunque voy a mi tierra de vez en cuando y me encanta, la verdad es que me tira más el calorcito y el mar». Un inmenso azul que cobija este pedazo de tierra inspirador poblado por pageses luciendo con orgullo sus emprendades, barcas, higueras, lagartijas, posidonia, iglesias y todo un real imaginario que usa también Gustavo para transformar metales nobles y pedrería en pequeñas y delicadas joyas con un toque personal y singular alejado de las robotizadas creaciones en serie.

«Con esta muestra he podido explotar un poco más la creatividad y trabajar con materiales como el oro, algún diamante, rubíes y zafiros que no uso tan a menudo» dice este artesano joyero que se toma como un reto personal el poder exponer sus piezas en Sant Francesc, unas piezas a las que ha dedicado un especial esmero y un sinfín de horas.

Podrán juzgarlo ustedes mismos si deciden abandonar los tempranos calores estivales que nos acontecen y encontrar Un tros d’Illa, hasta el sábado 17 de junio, en l’Ajuntament Vell.