Ana Ferrer Juan mantiene a sus 92 años una memoria capaz de recordar casi todos los detalles de una infancia que, como a todos los de su generación, fue interrumpida por los avatares de una guerra entre hermanos, vecinos y conocidos de la que todavía no se ha recuperado este país.

Aniteta, que así es como todo el mundo la conoce en Vila, nació en 1924 en la calle de la Mare de Déu, «la calle más popular de Ibiza», señala. Su familia regentaba el Bar Balear bajo el Casino des Moll, en la esquina de la plaza Antoni Riquer y la avenida de los Andenes, un establecimiento hoy llamado Zoo. No obstante, al negocio todos lo conocían como Cas Bagaix. «Los turistas bajaban del barco y se sentaban en nuestra terraza. Yo estaba detrás del mostrador algún ratito. Había un alemán que nos quiso dar clases en su idioma pero empezó la guerra y se tuvo que marchar», cuenta Aniteta.

Al inicio de la Guerra Civil, ella y su familia salieron de la ciudad. Primero estuvieron en la Torre Tombada, en Jesús, y después al Puig Blanc. Aniteta explica el miedo que pasó mientras caían las bombas sobre Vila. «El primer bombardeo grande que hubo por la mañana habíamos ido a la escuela. Pasó un avión muy cerca y dijeron que desde el muelle habían disparado y herido al piloto. Dijeron que volverían por la tarde pero me enviaron a buscar ropa a casa de mis tías, que estaba cerca de sa Peixateria, para irnos fuera de la ciudad, y las bombas cayeron cuando estaba allí», explica Ana. Tras el bombardeo, los milicianos fueron en busca de hombres «para que les ayudaran. Buscaban a mi tío pero cuando vieron aquel cuadro... Cuatro niños, un hombre ciego, y dos viejas lo dejaron estar».

A los 21 años Aniteta se casó con Antoni Torres Riera, Toni de na Guasca, cuya familia regentaba una frutería en el barrio de la Marina. Además, Toni era músico y fue el fundador de la Rondalla La Afición en 1939. «No sé quién un día dijo que el fundador de la rondalla había sido Rafael Zornoza. Mi marido no dijo nada pero se puso muy triste. Sin embargo, Rafael, que era un joven muy serio y honrado, en una fiesta dijo públicamente que el fundador había sido mi marido», recuerda orgullosa Aniteta, que también destaca el miedo que pasó cuando se fue a vivir junto a Toni a sa Capelleta. Un barrio que por aquel entonces contaba con pocas casas. «En invierno y con una hija yo no podía irme de casa y tenía que esperar a mi marido hasta que acabara de ensayar. Menos mal que teníamos una cabrita y cuando mi marido estaba por Can Maimó balaba y ya sabía que estaba viniendo», explica Aniteta, que echa de menos cuando en su casa, y en la de todos los ibicencos, no era necesario echar el cerrojo antes de irse a dormir. «Unos catalanes decían entonces que Ibiza era el rovellet de l’ou. Y tenían razón», sentencia Aniteta.