En la Turquía profunda, a unos 200 km al sur de Kars, Erzurum, en el límite del Kurdistán, es un paraje entre montañas (cabe destacar el monte Barkhar, en la cordillera del Ponto). Erzurum está en una meseta, a 1.850 m de altitud, lo que condiciona su clima, bastante frío en invierno. La ciudad se halla rodeada por una doble muralla, pues fue estratégico enclave que dominaba los valles del Eufrates. Al mismo tiempo, también fue encrucijada comercial de altos vuelos: parada obligada de las caravanas que se dirigían a China, al mar Negro o al Caspio, las cuales se detenían en los grandes y fastuosos bazares y mercados de esta metrópoli para aumentar el volumen de sus negocios. Pues bien, uno de los que pasó por aquí camino de Samarcanda fue Ruy González, que tuvo tiempo de ver la madrasa de Yakutiye, del siglo XIII. Antes de llegar a Erzurum, que eran entonces dominios de Tarmelán, pasó por Estambul, por el barrio de Pere, controlado entonces por los genoveses que en 1348 terminaron la reforma —la había construido Justianiano— la portentosa y famosa Torre de Gálata desde la que se controla el Cuerno de Oro y ligeramente el Bósforo. Antes de llegar por aquellos lares estambuleños, Ruy que se autodefinió como «camarero [servidor de la Cámara Real] del muy alto y poderoso señor Don Enrique Tercero de este nombre, rey de Castilla y de León» pasó por Ibiza.

Camino de la corte

Tanto Tamerlán el Grande como, aunque muy lejanos, Enrique III (1390-1406) tenían dos enemigos comunes, los turcos otomanos encabezados por Bayezid I, verdadero látigo también de la Cristiandad. Por eso ambos monarcas contactaron, para hacerles la pinza al turco, bien es verdad que no era comparable el limitado poder del rey castellano, en tiempos de las Cruzadas, con el muy potente del rey tártaro. Para ver si contaba con Tamerlán, Enrique III envió una embajada, encabezada por Pelayo de Sotomayor y Fernando de Palazuelo, Tamerlán o Tamorlán acababa de derrotar al sultán otomano y recibió a los españoles y mando una carta al rey castellano, muchas preseas, dos damas que había rescatado de los otomanos y un embajador suyo, Mohamad Alcagí, para que hablara en su nombre con Enrique III que se quedó flipado al recibir este sequito y decidió mandar una segunda embajada a territorio mogol esta vez encabezada por un hombre de suma confianza, Ruy González de Clavijo.

Rumbo a Ibiza

El séquito, unos 15 hombres, con fuerza suficiente para prevenir el robo, pues llevaban telas preciosas, objetos de plata de mucho valor y varios halcones gerifaltes, salió del Puerto de Santa María un 22 de mayo de 1403, hicieron escala en Málaga y desde allí a Ibiza donde cargaron el barco de víveres para proseguir viaje por el Mediterráneo rumbo al Mar Negro donde desembarcaron para continuar a patita y en caravana por Anatolia y desde allí a la actual Irak, para terminar en Samarcanda donde les esperaba Tamerlán, ya muy mayor y con achaques.

De Formentera escribió Ruy que es isla despoblada y está «a ojo de la isla de Ibiza». En la Pitiusa mayor estuvieron varios días, descargaron mercancías (también era un viaje que había que aprovechar comercialmente) y, para no varias, cargaron el barco con sal. Estuvieron en nuestra isla algo así como una semana porque al tener el viento contrario en el puerto no pudieron zarpar antes. Describió, Ruy, a Ibiza como una isla pequeña «en que hay cinco leguas en luengo y tres en ancho (…) y la dicha isla es toda la más de ella montañas altas de montes bajos y pinares: y la villa es poblada en un otero alto que está junto con el mar, y tiene tres cercas, y entre cada cerca mora gente, y tiene un castillo en lo más alto de la villa hacia la mar, y tiene altas torres y cerca sobre sí, y la Iglesia de la villa está a par del castillo, y tiene una torre alta que se contiene con el dicho castillo, y cerca la villa y castillo de partes de fuera una cerca sola. Y en esta isla hay unas salinas en que hay mucha sal, que se hace en ella muy fina cada año del agua del mar que entra allí. Y estas salinas son de gran rendición, que cada año vienen allí muchas naos de Levante a cargar de sal. Y en la cerca de la villa hay una torre en que están hechas unas casas, que llaman la Torre de Avicena, y dicen que de esta isla fue natural Avicena, y en la cerca y torres de ella están pedradas de ingenios que el Rey Don Pedro hizo lanzar, cuando la tuvo cercada». En Ibiza fueron recibidos por el lugarteniente del rey de Aragón que les ofreció posada, viandas y mulos para cargar las mercancías. Desde Ibiza los embajadores pusieron rumbo a Mallorca. Y desde allí pues tardaron lo suyo en llegar a Samarcanda que está a unos 6.500 km de Ibiza.

La repercusión

Su relato ha sido editado muchas veces y en varios idiomas desde que se creó la imprenta. Una de las ediciones más lustrosas es la que hizo el gran impresor Antonio Sancha en el Madrid del siglo XVIII. En la Biblioteca Nacional se encuentra un manuscrito de principios del siglo XVI que formó parte de la colección del célebre bibliófilo Pasqual Gayangos (1809-1897). Y en el casco viejo de Madrid estuvo la casa de este embajador, que se detuvo en Ibiza y Formentera, luego en Mallorca, camino de las tierras legendarias y lejanas del Gran Khan.