En este mundo tan caótico y ruidoso, en el que nos hemos acostumbrado tanto a vivir, hay una práctica que recomiendo especialmente para nuestro bienestar y que, seguramente, nos resulte chocante y muy ajena. Me refiero a la práctica del silencio.

Quizás la idea pueda parecer absurda e inútil e incluso para muchos imposible de realizar.

Si ponemos atención, nos daremos cuenta de que estamos inmersos en un entorno ruidoso la mayor parte del tiempo. Se podría decir incluso que solo podemos desconectar del ruido cuando nos vamos a dormir (y, a veces, ni siquiera entonces).

Muchos de los ruidos a los que nos enfrentamos a diario dependen de nosotros mismos y podemos eliminarlos. Solo que, seguramente, los incorporamos a nuestra vida de forma automática y ni siquiera nos planteamos que no estén.

Por ejemplo, es muy probable que, nada más llegar a casa, encendamos la televisión, aunque en realidad no tengamos intención de mirarla y nos dediquemos a hacer cualquier otra cosa.

O, quizás, encendamos la radio o pongamos música.

O también, muy habitual hoy en día, tengamos el ordenador o el móvil encendidos y, continuamente, recibamos notificaciones y avisos del Facebook, el mail, el Whatsapp, etc.

Lo cierto es que la mayoría de nosotros no queremos estar en silencio porque estamos tan acostumbrados al ruido que no sabemos estar sin él e incluso lo necesitamos.

No sabemos estar a solas con nosotros mismos, con nuestros pensamientos, con nuestras sensaciones, con nuestras emociones.

Nos resulta muy difícil e incluso nos asusta. Porque, quizás, podríamos ver cosas que no queremos ver, o podríamos descubrir cosas que no nos gustan o podríamos darnos cuenta de que lo que pensamos o lo que sentimos nos hace sufrir y no concuerda con lo que queremos. Y enfrentarse a eso nos puede agobiar y asustar mucho.

El silencio exterior hace mucho más evidente nuestro ruido interior y enfrentarnos a él es difícil y, a menudo, doloroso.

Pero lo cierto es que, huyendo de nosotros mismos y de nuestra auténtica realidad, no vamos a resolver nuestros problemas y, sobre todo, no vamos a poder ser conscientes de que los tenemos.

Si queremos ser una persona serena, consciente y feliz no nos queda otra que conocernos a fondo y ver qué nos gusta y si está bien como está y qué necesitamos cambiar. Y eso no podemos hacerlo superficialmente, solo con la idea que tenemos de nosotros mismos. Necesitamos enfrentarnos a la realidad.

Por poner un símil: sería como intentar abordar la reforma integral de una casa, sin verla, solo con los planos. Mirar los planos, nos puede dar una idea de la situación, pero para hacerlo bien necesitamos entrar en la casa y ver in situ y de primera mano su estado real.

Lo cierto es que nos conocemos muy poco a nosotros mismos y cuando alguna vez nos permitimos entrar a nuestra ‘casa’ interior como lo que vemos no nos gusta o nos incomoda o, incluso, nos asusta preferimos cerrar la puerta y distraernos con mil cosas externas que no nos permitan ver, ni sentir, para no enfrentarnos a la realidad.

Por eso, la práctica del silencio es tan útil y necesaria. Es como un lienzo en blanco en el que se refleja lo que somos. Nos enseña a estar con nosotros mismos. A conocernos. A comprendernos y a entendernos. Y, a menudo, a ver que todo eso que se enreda en nuestra cabeza, no es tan importante y no merece que nos afecte tanto.

Y, entonces, podemos aprender a liberarlo y a dejarlo ir.

Y, con el tiempo, seguramente descubriremos que nuestra propia compañía es muy agradable y que nos llevamos bien con nosotros mismos y podemos entendernos mejor que con ninguna otra persona.

E, incluso, es posible que nos sorprenda lo que veamos de nosotros y nos demos cuenta de que no somos tan malos, o tan inútiles, o tan poco valiosos, o tan desastres como creíamos. Y que merecemos que nos demos a nosotros mismos una oportunidad y nos permitamos conocernos y apreciarnos para crecer y aportarle paz y equilibrio a nuestra vida.

Los ruidos exteriores, que no dependen de nosotros, evidentemente, son a menudo inevitables y no podemos eliminarlos. Pero para esas situaciones practicar el silencio también es posible. Siempre podemos elegir a qué prestamos atención y evadirnos de lo que nos desestabiliza.

Podemos, en medio de una calle infernal llena de tráfico, elegir centrar nuestra atención en nuestra respiración y en nuestro cuerpo y desconectar de nuestro entorno. Y eso también es practicar el silencio.

No hace falta aislarse del mundo real y escaparse a un monasterio para encontrar la paz. Nuestra ‘casa’ va con nosotros a donde vayamos y siempre tenemos la opción de ‘entrar’ en ella y, simplemente, permitirnos ser, sin más.

¿Qué tal si la próxima vez que llegues a casa decides, simplemente, estar contigo, sin más distracciones, y practicar el silencio?