‘Fameliar’, Andreu Moreno, Passeig de s’Alamera Santa Eulària.

Hablando de arte tomamos consciencia que éste está por y en todas partes... Aunque raras veces nos llegarán voces de una alargada conversación de contenido un tanto polémico-disperso sobre algunas de las obras más conocidas y reconocidas de las épocas más clásicas o, incluso, de éste momento más cercano contemporáneo, así como suele ocurrir cuando se comentan las jugadas de celebridades peleándose por un esfero.

Pero sí, el arte está en todas partes. Por ejemplo el arte de vivir, la Lebenskunst, que no necesariamente califica el modus operandi de un vividor, sino más bien caracteriza aquellas maneras de entender lo que nos rodea, la vida en sí, la serenidad desenvuelta ante las situaciones más ásperas, el anar amb seny.

Sin ir más lejos retumba por las calles de la vida la exclamación: eres un artista! Y no se refiere en este caso a una expresión creativa realizada por el afortunado, sino al reconocimiento ofertado a cualquiera de las acciones que un humano pueda ir desarrollando en su día a día.

Y aquí el sentido común lucha continuamente por lograr una criba entre tantas informaciones recibidas, sin necesidad de ordenarlas y catalogarlas para conseguir un rápido y cercano al acierto, resultado del buen entender humano. Información cada vez más espesa y dispersa a la vez, gracias a la gran cantidad de soportes y medios que proporcionan un colapso intenso que logran finalmente esa jungla digital casi imposible de superar.

No ocurría así en la película Cortocircuito, en la que Johnny 5 exclamaba desesperadamente «No input, no input» cuando se percataba de su malestar general por la falta de información. Un claro ejemplo, ya en los años ochenta, que demuestra lo necesaria que es la actividad, del tipo que sea, y aunque sea una máquina, pero sí creada por interpretación humana.

Lo mismo ocurre, sin tener que alejarnos demasiado de nuestro entorno isleño, y sí arraigado en el tiempo hace décadas, con el fameliar, y su exclamación «feina o menjar»

En fin, creamos o simplemente disfrutamos esa creación, sea el deleite de un manjar o su propia preparación. Y a diferencia de la realidad experimentada en la cocina el arte sí precisa generalmente un tiempo de elaboración, pero su consumo no se limita a un tiempo reducido como suele pasar en gastronomía sino que ese tiempo se eterniza en el mejor de los casos hacia el infinito, siempre y cuando el humano no opta por su eliminación definitiva por las causas más diversas.

Tanto es así que obras que hoy en día se valoran como artísticas, en el momento de su nacimiento más bien se considerarían objetos anexos a la vida humana, incluso con carácter educativo casi impositivo para alertar al mortal, que ciertas malas praxis provocarían a modo preventivo trastornos de los más profundos a los integrantes de una sociedad del medievo en este caso. O eso es lo que quizás pensamos actualmente.

El arte también significa y ha significado poder como herramienta para educar al humano y, como no, adecuarlo a un determinado ritmo social. Sin cambiar de época, sí de ubicación, encontramos un valioso ejemplo en los templos de Angkor, importante legado de una cultura imperial valiosísima. Ejemplo sobresaliente para valorar e integrar a todo un pueblo al proceso de creación y disfrute de un espacio de tiempo determinado. El arte como elemento característico en el tiempo y sin degradarlo a objeto definido y condenado a caer en el olvido recupera memoria, ahora transformada por interpretaciones contemporáneas.