Tengo un problema con los libros. Lo reconozco y no lo he escondido nunca: si hay una cosa que me gustan son los libros. Los acumulo, los compro compulsivamente, los contemplo en mi biblioteca y, ocasionalmente, también los leo. Pero debo decir en mi descargo que creo a pies juntillas que tener un síndrome de Diógenes de libros no es lo mismo que con cualquier otro trasto. Los libros no son sólo un objeto, cuya entidad física ya puede ser una obra de arte en sí misma, sino que son mucho más. Son siempre una voz, un alma que espera su turno para contar su historia. Y son, aunque de forma engañosa, una promesa para el lector: la promesa de que éste tendrá el tiempo necesario, algún día, para dedicarlo a ese título.

Noticias relacionadas

Tom Gauld es como yo o como tú, como nosotros, lectores, y reconocemos en él a un igual: su mundo está hecho de hojas descoloridas, de lomos encuadernados, de sobrecubiertas y fajas, de personajes de ficción y de marcapá- ginas. Por eso las tiras cómicas que realiza para la sección literaria de The Guardian y ocasionalmente para The New Yorker, y que Salamandra vuelve a recopilar en un nuevo tomo titulado En la cocina con Kafka, consiguen ganarse al lector habitual enseguida. Hay una conexión especial. No sólo porque comparte nuestra pasión, y sabe cómo dividimos nuestra biblioteca, y qué ponemos los lectores en la maleta cuando vamos de viaje. Sino también porque no tiene ningún reparo en utilizar elementos de la llamada ‘alta cultura’ para jugar con ellos de otra manera: los diferentes montajes de La tempestad de Shakespeare en varios gé- neros, los libros imposibles de J.G. Ballard, la versión de Guerra y Paz en un periódico digital...

Y eso es algo que el lector hardcore, y van a perdonarme la expresión, agradece, porque hay pocas oportunidades de leer chistes sobre Jean Austen, Maquiavelo o Escher. En una época en la que los roles culturales se han invertido y ser leído puede ser incluso un estigma social, este có- mic es una palmadita en la espalda, unas risas entre viejos amigos, un guiño de un desconocido entre la multitud que observa cómo los bomberos de Fahrenheit 451 queman una captura de libros. Por eso En la cocina con Kafka es un imprescindible para lectores de verdad.