Marià Serra, con su libro en la sede del Institut d’Estudis Eivissencs.

Marià Serra Planells (Ibiza, 1943) estudió Magisterio en Palma y profesorado A. de Secundaria en Madrid. Ha ejercido la docencia en diversos colegios, siendo 30 años director del colegio Sa Bodega y profesor de diferentes cursos de Radio ECCA. Desde 1970 siempre ha estado vinculado al Institut d’Estudis Eivissencs (IEE), primero como miembro de la comisión ejecutiva (1970-1976), después como vicepresidente (1987 1995) y finalmente como presidente (1995-2015). Además, fue miembro del consejo de redacción de la revista Eivissa, representante en la Comissió Insular de Patrimoni CIOTUPHA y estuvo en el equipo de corrección del EEIF. Incluso, en la implementación de la Ley general de Educación fue colaborador didáctico de los Programas EDINTE y de introducción de la lengua propia en el sistema educativo del MEC. Ahora publica Això era i no és, una recopilación editada por el Institut d’Estudis Eivissencs de sus escritos publicados anualmente desde 1989 hasta hoy en el Pitiús.

¿Cómo surgió la idea de recopilar todos los textos que aparecen en el libro?
—Básicamente ha sido porque desde hace ya unos años, amigos, conocidos y lectores me pedían que juntara los escritos acumulados por mis colaboraciones con El Pitiús y, sobre todo, porque pensé que a una isla que ha llegado a olvidar todas sus señas de identidad con mis escritos tal vez podía hacer una aportación a la memoria colectiva, sin pretensiones literarias.

¿En el libro habla de personajes de los cuales ha oído hablar y de otros a los que ha conocido personalmente?
—Sí, hay situaciones vividas y otras recogidas del testimonio de otras personas. Mi intención era que se viera la evolución de Ibiza desde mi infancia, adolescencia y juventud hasta la edad adulta.

¿Qué personaje de los que recuerda le causó mayor impacto?
—Juanito Cotxo, era un personaje elegante, sencillo y culto. Era periodista, pianista y docente, con mucha facilidad de palabra, muy espléndido y generoso, pero a la vez muy malcriado y gamberro. Fue telegrafista en un barco que estaba en el puerto de San Petersburgo durante la revolución rusa.

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de su infancia?
—Cuando mi padre me enseñó a nadar. Me llevó al Club Naútico, tenía cuatro años y me tiró al mar atado con una cuerda por debajo de los brazos y aprendí en una tarde a nadar.

Todas las personas que describe en el libro son personas humildes de los barrios pobres de la ciudad. ¿Por qué?
—Hablo de los grandes personajes de la historia que son los que se han movido en un ambiente socioeconómico y cultural más bien sencillo, sin pretensiones, de Sa Penya, La Marina, La Bomba…, de los otros personajes de los cuales se han hecho grandes biografías no hablo, porque me interesa otro tipo de gente y de ambiente que es aquel en el que viví como niño y adolescente, es decir, la gente trabajadora, que bajaba de Sa Penya para ir a trabajar a los huertos de Ses Feixes, los que iban al puerto a trabajar a sus barcos de pesca, la gente del campo que iba al mercado… todas las personas que se concentraban en la calles de Sa Creu, en la calle de la Mar. Además como vivía delante de la iglesia de Sant Elm observaba todas las defunciones, matrimonios, bautizos, confirmaciones, actos y celebraciones litúrgicas, en aquellos años los 40 y 50 , todo giraba en torno a estas situaciones.

¿Cuál era la importancia de la vida social en las calles?
—Las vías públicas y calles eran, por decirlo de alguna manera y entre comillas, de los niños, los peatones y los ciudadanos. Los niños podían vivir con una libertad que hoy en día no se da. Se movían libremente por el muelle, el puerto, iban a nadar, a observar cómo llegaba es correu, escuchaban las campanadas de Sant Elm, se miraban la hora en el reloj de la Catedral que funcionaba correctamente. Lo único que te podía atropellar era un carro tirado por un burro que llegaba a descargar los productos del huerto de Ses Feixes. Había solo seis taxis en s’Alamera.

¿Cómo era la sociedad de aquella época?
—El sentimiento de pertenecer a un territorio era más vivo, las costumbres, la manera de ser, la personalidad eran más auténticas y todo se movía dentro de una sencillez, con falta de recursos, pero con sinceridad, deseosos y con ganas de vivir. Los momentos de fiesta se aprovechaban al máximo, además, la gente de Ibiza se caracterizaba por tener una ironía fina, un gran sentido del humor y del doble sentido y esa manera de ser hacía que hubiera conversaciones que eran memorables. En aquella época había un gran sentido de la solidaridad, a pesar de ser pobres, las ayudas a las familias necesitadas eran muy importantes; todos se ayudaban entre sí.

Otro de los lugares con más vida social eran las farmacias, donde usted trabajó de joven. ¿Cómo eran?
—Eran lugares donde había un trato cordial, directo con la gente y, a veces, se convertían en lugar de tertulias, además eran como un centro de salud, incluso los niños cuando estaban heridos por haberse peleado tirándose pedradas iban a curarse a las farmacias, que eran lugares más discretos que la Cruz Roja, pero al llegar a casa no podían disimular los moratones y las heridas.

¿Cuál es la importancia de la memoria y de recordar?
—Hoy en día hay una tendencia muy fuerte que prescinde de la memoria y los recuerdos; el mismo George Steiner decía que la memoria es absolutamente necesaria. Yo aprendo cosas de memoria por una razón muy sencilla, porque aquello que he aprendido de memoria no me lo puede quitar nadie. Perder la memoria significa perder una parte fundamental del Patrimonio, el cual no se reduce a las piedras o al paisaje a los documentos a la música o al baile. Antes la gente recordaba canciones, rondalles, estribots, acontecimientos como el primer día que bajaron a la ciudad, a Vila, cuando hicieron la primera comunión, cómo fueron sus primeros zapatos porque se llevaban espardenyes, cuántas casas había en cada venda, cuántos habitantes tenía cada casa…