Hasta la desamortización de Madoz en 1871, todas las salinas del país eran propiedad del Estado, dado que se consideraban un producto estratégico por ser la única forma de conservar los alimentos. A partir de esa fecha, los particulares pudieron comprar las salinas. En las Pitiüses, fue el empresario Manuel Salas Palmer quien en noviembre de 1878 fundó las empresas ‘Salinas de Ibiza’ y ‘Empresa de la Fábrica de la Sal de Ibiza’. Los dos nombres se utilizaron indistintamente hasta 1886, cuando finalmente adquirió el nombre que se mantiene en la actualidad: Salinera Española S.A.

En 1984 decidieron dejar de explotar las salinas de Formentera por los elevados costes. En la actualidad, José María Fernández, ingeniero técnico de minas, dirige la explotación ibicenca, pero Salinera Española cuenta además con las de San Pedro del Pinatar (Murcia).

Originariamente, ses Salines de Eivissa contaban con 100 estanques de sal, cifra que se ha reducido hasta los 70 “por la modernización de los sistemas productivos, así como por las enormes e insalvables trabas a nivel burocrático”. Es precisamente la “burocracia” uno de los principales problemas con los que se encuentra esta empresa, sobre todo desde que el Govern declaró el entorno a ses Salines como parque natural en 2001. “Existe un parque natural gracias a las salinas y no al revés. Las salinas fueron lo primero y, por tanto, es la única garante de la existencia del parque; si las salinas se cerraran, que no quepa la menor duda de que el parque no tendría lugar. Debido la riqueza ecológica que conllevan unas salinas, en España todas son declaradas parque natural”, precisa. Pero lo que sí diferencia ses Salines ibicencas de las del resto del país es que “a las de aquí se nos ponen toda clase de problemas burocráticos”, añade.

“En Balears, durante muchos años y debido al desconocimiento, se consideró a las salinas como un estorbo al que había que apartar... y esto nos hizo mucho daño en todos los sentidos: a nivel laboral, transformándose nuestro que hacer diario en una tortura, y a nivel económico transformando la explotación en una auténtica ruina”, asegura Fernández, quien apunta que “afortunadamente” esta situación ha cambiado. “El cambio se produjo en el año 2010, cuando el entonces conseller de Medi Ambient de Eivissa, Albert Prats, se preocupó por ses Salines, vino a preguntarme, a atender mis peticiones y mis quejas, que transmitió a la administración superior y, desde entonces, parece que la cosa está más tranquila”.

A pesar de la complejidad burocrática ligada al parque natural, ses Salines continúa dando empleo. Concretamente a 16 personas, pero no hay que olvidar que a principios del siglo XX la empresa llegó a dar trabajo a 1.000 personas antes de que apareciera el turismo. “Fue esencial en la economía pitiusa”, explica el director de esta explotación salinera.

MERCADO. Con una producción anual de entre 40.000 y 50.000 toneladas de sal, el 50% se exporta al extranjero. Cabe añadir que la sal de Eivissa se usa “exclusivamente” para alimentación y lugares como los países nórdicos, las islas Feore o Dinamarca, son sus principales mercados desde hace muchos años. “Es una sal muy limpia, cristalina, que no necesita lavarse, es decir, no necesita pasar por procesos industriales de refinamiento. Esto hace que tenga sustancias naturales como el magnesio, el potasio o el yodo que la hacen idónea para la salazón de bacalao, su principal uso”.

Precisamente, la fidelidad de los mercados extranjeros hace que aguanten mejor la actual crisis económica. “Afortunadamente, las exportaciones al extranjero se mantienen, pero no se puede decir lo mismo en cuanto al mercado español, que está prácticamente colapsado y casi hundido para nosotros”. De hecho, el precio de las ventas en el mercado nacional ha caído un 30% en estos cinco años de crisis. Pese a ello, no han reducido plantilla.

RECUERDO. Con el paso de los años, la sal de Eivissa se considera como un producto de recuerdo de la Isla. “El hecho de que la sal esté tan bien considerada en el exterior se debe a la imagen turística de Eivissa”, explica el responsable, mientras recuerda que estas son unas salinas históricas, que datan del 500 a.C., y esto es un caso único en el mundo. “A ello hay que sumar la calidad de la sal como consecuencia de las aguas de la que es extraída”. Para obtener una buena sal se deben cumplir dos requisitos: calidad del agua y un “espacio salinero en buenas condiciones físicas, canales limpios y suelos firmes que impidan filtraciones”.

La campaña de recolección de la sal arranca siempre en septiembre: “La calidad este año será buena; en cuanto a cantidad será algo inferior que el año pasado por la meteorología, aunque hay que decir que este octubre está siendo excepcionalmente seco y esto ha hecho que nos recuperemos un poco”, precisa Fernández, quien apuesta por la “modernización, búsqueda de nuevos mercados y fabricación de nuevos productos”. “Si te paras, te echan fuera de la carretera y reincorporarte es difícil. Salinera Española hará todo lo que esté en su mano para que, al menos, las salinas de Eivissa continúen produciendo sal otros 2.000 años más”, añade.