Cuando dejé Barcelona, mi ciudad natal, a finales de los 80, ya apuntaba con su 1,7 millones de visitantes como un gran destino turístico al nivel de las grandes capitales europeas. Hoy en día los turistas que visitan la Ciudad Condal son más de 8 millones ...

Hay un documental llamado “Bye Bye Barcelona”, disponible en internet, que describe con toda crudeza los pros y contras de una actividad que supone unos ingresos para la ciudad de 20 millones al día y para el que se considera quinto mejor destino del mundo (Trip Advisor).

La crisis ha hecho que el turismo no se vea con malos ojos… sobre todo para los que no tienen que sufrirlo en sus carnes. Hay zonas de la ciudad como el Park Güell, el templo de la Sagrada Familia o el barrio de Ciutat Vella, donde está el famosísimo paseo de Las Ramblas, que padecen las penalidades de ser un lugar de interés saturado.

Nueve de cada diez barceloneses consideran el turismo como beneficioso para la ciudad. El problema es que ser un destino turístico no suele ser del agrado de los ciudadanos que lo habitan y te puede hacer morir de éxito si esa tensión ciudadano-turista no es gestionada con un poco de cabeza.

Si los comercios tradicionales, los vecinos “de toda la vida”, los moradores habituales de un destino lo abandonan, ¿qué queda? En la actualidad, ocho de cada diez personas que están pasendo por Las Ramblas son turistas. Todo esto está convirtiendo barrios como Citutat Vella en destinos turísticos de cartón piedra. Y es que, como dice un entrevistado en el vídeo, las ciudades son para los ciudadanos y sin ciudadanos no hay ciudades, lo que hay es otra cosa: museos con gente viviendo. Si los monumentos y los lugares no están ligados a una vida (real) se puede convertir un destino turístico en un parque temático.

Todas estas reflexiones están relacionada con un destino de ciudad y, tal vez, no muy aplicable para los que tenemos en nuestras islas pero deberían hacernos reflexionar sobre esta relación turista-ciudadano puesto que (creo) están condenados a entenderse. Hay que dar al turista experiencias auténticas y no las propias de un ‘spaghetti western’.