Aunque soy una fiel defensora y usuaria (muy) activa de las redes sociales desde hace ya unos cuantos años, hoy voy a dedicar la columna a hacer una reflexión sobre el valor que les damos.

Existen dos polos opuestos. Por un lado están los empresarios que apuestan por entrar o mantenerse en las redes porque está todo el mundo. Sí, aún existe esta actitud por parte de muchos. No todo el mundo está todo el día en Facebook o Twitter. La presencia de deportistas o de elementos como los hashtags en programas de televisión han hecho que consideren que son canales importantes aunque no saben realmente todos los beneficios que estos les pueden aportar.

Efectivamente las redes son importantes, nos permiten llegar de una manera cercana y actual a nuestros clientes y potenciales clientes, y ofrecerles contenidos que antes no podían recibir. Quizá porque si te ponían un anuncio en la tele con calidad amateur estaba mal visto, ahora la inmediatez, creatividad y el contenido exclusivo prima sobre la perfección. O quizá hablamos de otro tipo de perfección.

Las redes sociales nos permiten llegar a una audiencia determinada de una manera rápida y más económica. También nos permiten dialogar con nuestros clientes y escuchar lo que nos tienen que decir. Sin embargo, y pese a que solo os he mencionado algunos de los muchos aspectos positivos de las redes, tendríamos que meditar sobre la importancia real del social media.
Os pondré dos ejemplos: una empresa con 400 seguidores que haga una campaña novedosa y original puede lanzar una nota de prensa y salir publicada en medios o simplemente volverse viral porque a la gente le haya encantado. Podría pasar igual con una metida de pata. Hay muchos ojos viéndote y en las redes no se perdona una.

El segundo caso, los influencers, personas que consiguen mover a su audiencia hacia una marca o producto, están llegando a cobrar en EEUU hasta un millón de dólares.

Dos claros ejemplos del valor quizá sobredimensionado que estamos dando al social media.