Desde hace casi dos décadas se está fomentando la simplicidad del lenguaje empresarial, aunque se maneje con frecuencia el término estrategia. Aquí se podría plantear una disonancia cognitiva, salvo que reconozcamos que se empezó defendiendo lo simple con voluntad de permanencia y que después el lado oscuro de la simplicidad nos llevó a la complejidad.

Al pensar en la complejidad, nos enfrentaremos con un mundo desordenado, confuso y en movimiento, con justificaciones lógicas acompañadas de motivaciones cuya causa a veces se desconoce.

Para que el pensamiento estratégico pueda superar la complejidad, debemos disciplinarlo con métodos que nos permitan apoyarnos en argumentos y razonamientos consistentes, y construcciones lingüísticas univocas.

El empresario y el dirigente son hombres de acción y la complejidad exige encontrar una teoría que les aporte, ante una diversidad a veces desconcertante, los medios para comprender cómo se mueven algunas situaciones concretas.

Aplicando algunos conocimientos básicos adquiridos al estudiar los métodos de la Ciencia de la Gestión, es posible aproximarse a una teoría concentrándonos en alguna de las ideas que han ido apareciendo, tratar de generalizarla para poder formular una hipótesis que pueda funcionar como una condición, profundizando a continuación para poder describir las implicaciones que nos permitirán superar o no su verificación.

Es obvio que estamos en un proceso paralelo para obtener verdad y certeza; y para facilitarlo hemos de superar los contrastes de sentido entre lenguaje y conversación y que lo enunciado permita que todo pueda entenderse desde lo individual, y lo individual desde el todo y que la perspectiva del todo, las partes y el todo suprima las barreras artificiales que rodean al lenguaje.

Para llegar al buen fin tenemos que conseguir consistencia en sus componentes. Palabras interpretables en términos empíricos, debidamente ordenadas al referirse a una teoría que se entienda y resalten su importancia respecto al problema planteado y pueda plantearse su posible verificación.

El ideal de la verificación, la limitación del saber a lo comprobable, culmina en el reproducir iterativo y para conseguirlo hemos de eludir con carácter previo las trampas que encierran el lenguaje y la conversación, dado que todos traspasamos constantemente la frontera de lo objetivable en la que se mueve el enunciado.

Las situaciones que van apareciendo y que se pretenden describir dándole forma presentan una singularidad mutante, que dificulta su encaje bajo la configuración de una teoría, sin eliminar otras posibilidades, compensando posibles errores con futuros progresos y adquiriendo experiencias que se imponen por medio de un lenguaje no polivalente.

Nuestra pretensión ha de ser la de superar lo aleatorio de la experiencia subjetiva, con un lenguaje que no dependa de polivalencias metafóricas.

Llegados aquí, aceptar que como estrategas, es decir personas que buscan a través de certezas afrontar la incertidumbre, tendremos que ir mejorando nuestros conocimientos o por lo menos obtener apoyos de las disciplinas que establecen las reglas de la investigación, dominar las estructuras de gobernanza y siempre desde el inicio aplicarnos al método.

Lo que ha de prevalecer es la idea del método, que consiste en recorrer una vía de conocimiento tan crítica y pensada que siempre sea posible repetirla, aplicando lo que su propio nombre indica: "camino para ir en busca de algo".