Los números nos permiten medir, algo imprescindible a la hora de tomar decisiones y calcular si un trabajo que estamos haciendo funciona o no. ¿Y qué podemos medir? Seguidores, alcance, engagement (reacciones, comentarios, shares, etc.), impresiones y muchos más detalles que nos especifican los propios canales o herramientas específicas diseñadas para esta función. Pero, ¿nos estamos dejando llevar por los números? ¿Estamos perdiendo la esencia real de las redes sociales?

Las redes inicialmente nacieron con la intención de conectar a la gente, de compartir contenido con tus amigos y familiares, hablar con ellos e informarte o informar. Ahora estamos demasiado pendientes del número de seguidores, likes o de cuántas personas han visto el vídeo que has compartido.

Esta “obsesión”, quizá, no nos está permitiendo ver otros aspectos cualitativos y no cuantitativos del social media: calidad gráfica, copys con buena sintaxis y ortografía, creatividad, variedad de formatos y sobre todo la interacción con otros usuarios. El hecho de compartir algo porque te apetece y no tanto por los likes que conseguirás con esa publicación. ¿Qué ocurriría si de repente ya no aparecieran los likes de una fanpage de Facebook o los seguidores en Instagram o Twitter? ¿Y si fuera un dato privado la interacción? ¿Usaríamos tanto las redes? ¿Tener muchos seguidores es realmente un objetivo?

Imagina a un periodista con 200 mil seguidores en Twitter y a otro con 2.000; los dos hablan de lo mismo. Fácilmente nos dejamos guiar por ese número, pero ¿y sin son seguidores falsos? Lo mismo podría pasar con una bloguera de moda, un personaje público o cualquier usuario. Lo curioso es que algunos medios tradicionales y marcas han endiosado a gente que comenzó comprando seguidores, y han adquirido una relevancia real. En resumen, los números son buenos para medir, pero no tienen que ser nuestro único parámetro a la hora de elegir perfiles para una acción de influencia o para seguir a un usuario en una red social.