Apreciados lectores, bien es sabido y no viene de recibo que a partir de cierta edad a una gran mayoría de personas le impone mucho respeto el ineludible hecho de cumplir años. La alternativa es mucho peor: simplemente supone el ya no estar. El paso del tiempo, además de incorporar a nuestras vidas algún que otro achaque en cuanto a salud se refiere, trae consigo también un bagaje de conocimiento y experiencia que jamás podría alcanzarse a través de otros conductos. La veteranía es la plataforma que nos catapulta a la sabiduría. La madurez implica hacer uso de los aprendizajes teóricos y prácticos de la vida.

Cuando la universidad de la vida nos ha dejado un sinfín de huellas en la piel, la memoria y el recuerdo, posiblemente estemos en un momento óptimo de nuestra trayectoria, puesto que tenemos los conocimientos necesarios, sabemos utilizar las herramientas y nuestro rodaje tanto a nivel laboral como en el ámbito personal, emocional y mental nos ha curtido como personas responsables, preparadas y capacitadas ante la vida.

En cuanto a lo profesional, cuando se llevan veinte o veinticinco años de actividad es cuando cualquier trabajador (asalariado, empresario o autónomo) da lo mejor de su potencial. A excepción de algunos trabajos centrados en intensos esfuerzos físicos que precisan de gran fortaleza, idóneos para gente más joven, la amplia mayoría se adaptan a la perfección a los perfiles de personas de larga experiencia. La lógica y el sentido común —aparte de psicólogos, sociólogos y estadistas— ponen de manifiesto que tanto mujeres como varones a las cincuenta primaveras hallan su cénit: se es más responsable y consecuente, más productivo, más intuitivo, con mejor criterio y savoir fair; y por consiguiente, en una posición idónea para ocupar puestos de responsabilidad (no necesariamente de dirección).

Sin embargo el destino y la realidad nos tiene acostumbrados a echar la razón y la lógica por la ventana y dejarse manipular por criterios amorfos de rentabilidad cortoplacista. Nuestras paradisíacas islas, que parecen haber recuperado el cetro de cum laude del turismo europeo (sino por calidad, seguro que por cantidad) dejan apeados en la cuneta a la mayoría de profesionales mayores de cuarenta y cinco. La casi totalidad de trabajadores experimentados descabalgados por la crisis jamás se han vuelto a reincorporar al mercado laboral. Nuestras empresas de mayor nivel y proyección prefieren contratar peones noveles (en muchos casos con escasa preparación), pagar sueldos míseros y aplicar políticas tercermundistas. Personal cualificado, experimentado y con el peaje pagado no sale gratis; y por tanto no interesa. Estamos demasiado acostumbrados a leer a diario los “eres” que aplican las empresas, iniciando el proceso de decapitación a los mayores de cincuenta.

La mayor fortuna que puede tener la sociedad es que su presente y su futuro estén guiados por la prudencia y la sabiduría. Aprender de errores pasados para evitar cometerlos de nuevo. Pero, como de costumbre, andamos medio perdidos, con poca luz y menos rumbo, desdeñando la experiencia y sabiduría por el camino.

Hacen falta planes de acción empresarial y política para trabajar con la sabiduría y la experiencia del tejido profesional.