Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar con la Cuarta Revolución Industrial (CRI), pero se prevé que las plataformas colaborativas, los robots o los chat boxs, van a tener una notable importancia en diversos sectores de la economía. A grandes rasgos, en una economía de servicios turísticos como la balear, los trabajos que quedarán para las personas serán aquellos que requieren el trato humano: servicios de alojamiento, de gastronomía y jardinería, de cuidados en enfermería y atención a la gente mayor, educación, psicología, trabajos sociales…

Trabajos que demandan empatía y conexión humana y que están en sectores de la economía ejercidos por las mujeres; aunque, generalmente, no son valorados con equidad ni su desempeño retribuido con un salario justo.
Con la CRI, las máquinas podrán hacer trabajos físicos mucho mejor que los humanos, que nos concentraremos principalmente en los trabajos que denominamos economía del conocimiento. Por ahora los ordenadores son mejores en las tareas cognitivas repetitivas, y eso debe permitirnos concentrarnos en el buen manejo social, en especialidades y tareas que se pagarán mucho mejor, porque es donde tendremos la ventaja competitiva frente a los robots.

Eso explica que uno de los cambios que trae bajo el brazo la CRI es el progresivo desplazamiento del viejo poder del dinero por un poder más flexible e innovador, más participativo y abierto. Pero también puede conllevar nuevas formas de precariedad y la transición a una economía de trabajadores autónomos.

Sociólogos y economistas plantean un cambio paradigmático basado en compartir, reformular, financiar, producir y finalmente ser copropietarios. Hablan de ‘transparencia radical’ de ‘cultura maker’, de ‘gobernanza en red’ o de ‘sabiduría de la multitud’. Entramos en una era que conecta las distintas culturas dejando de lado la separación entre lo público y lo privado, la profesionalización, la exclusividad y la lealtad a largo plazo, atributos profesionales vigentes.

Airbnb o Uber son las dos estrellas de este nuevo poder, apellidado ‘colaborativo’ o ‘de plataforma’, caracterizado por proporcionar la infraestructura intermediadora entre diferentes grupos de usuarios. Siendo, por tanto, la posesión de la plataforma, sin necesidad de que genere un producto físico, la clave. Desde las plataformas de publicidad de Google y Facebook, pasando por Amazon o Spotify, que las usan para convertir un bien en un servicio cobrando una suscripción o cuota. Plataformas que aspiran a reducir sus activos al mínimo y sus costes al máximo.

Y eso se podría traducir en precariedad y explotación en el mundo laboral. En medio de la controversia se reclama la adaptación del marco normativo laboral a las plataformas digitales y se defiende la existencia de una relación mercantil representada por el autónomo, introduciendo formas de protección social, seguros y salarios mínimos. El objetivo es favorecer esa transición de la economía de empleo tradicional a una de trabajadores autónomos, algo que parece inevitable a escala global.

En España ya son más de tres millones los autónomos con estudios superiores. Por ello es interesante observar cómo el Senado aprueba la nueva Ley de Autónomos. El texto normativo incorpora muchas demandas del sector: el cambio de base de cotización, la tarifa plana, el contador a cero, la deducción en dietas, los recargos a mínimos…
Aunque importantes cuestiones se han quedado sin resolver, valoramos dos aspectos esenciales: uno, que las mujeres que sean madres autónomas y se reincorporen al trabajo tengan derecho a la bonificación de la tarifa plana; dos, la exención del 100% de la cuota durante un año para los autónomos que se hagan cargo del cuidado de menores o personas dependientes.

Seguramente, ante la eclosión de esta inminente revolución el escritor y científico Isaac Asimov diría: “El aspecto más triste de la vida, en este preciso momento, es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría”.