Aunque el vínculo entre responsabilidad social corporativa (RSC) y competitividad se analiza, principalmente, desde una vertiente empresarial, hace tiempo que se viene teorizando sobre la contribución que la RSC puede hacer a la competitividad global de países y regiones.

Por ejemplo, el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible definía, ya a principios de este siglo, la RSC como ‘un compromiso continuo de las empresas para contribuir al desarrollo económico y a la mejora de la calidad de vida de la sociedad en conjunto’. Pero, ¿cómo pueden escalarse los beneficios empresariales de la RSC a nivel regional o nacional?

La respuesta a esta pregunta depende, en primera instancia, de que las empresas consideren explícitamente el impacto social, económico y ambiental que ejercen en el territorio en el que desarrollan su actividad. No en vano, la Comisión Europea sitúa la relación entre RSC y competitividad global en factores con un alto componente empresarial, como son el capital social, la innovación y el capital humano.

Sin embargo, a pesar de la plausibilidad de estos argumentos, existe muy poca investigación empírica que demuestre que las prácticas individuales de RSC de las empresas tienen un efecto medible en la competitividad global del territorio en que el operan, aunque existe, a decir verdad, alguna honrosa excepción.

La primera es el trabajo de AccountAbility, que tras desarrollar un Índice Nacional de Responsabilidad Corporativa y compararlo con el Índice de Competitividad Global del World Economic Forum, encuentran una correlación positiva entre ambos indicadores. Sin embargo, a pesar de la relevancia de este resultado, este trabajo no permite descifrar la vía por la que la RSC agregada de las empresas contribuye a la competitividad global de un territorio.

Tal vez por ello, algunos investigadores se han centrado en dimensiones específicas de la RSC, como el desempeño ambiental o la brecha de género, en un intento de mostrar el vínculo positivo de la RSC con la competitividad global. No obstante, estas investigaciones tampoco responden adecuadamente a la pregunta de si las actividades generales de RSC de las empresas ejercen un impacto en la competitividad global del territorio en el que operan.

Es por ello que adquiere especial relevancia el trabajo publicado por Boulouta y Pitelis en el que demuestran no solo el impacto positivo de la RSC agregada de las empresas en la competitividad de 19 países, sino que concluyen que, con estrategias de posicionamiento competitivo apropiadas, la captación de valor desde la RSC de las empresas se erige en los países que presentan bajos niveles de innovación en un aliado para impulsar la competitividad global, incluso más relevante que en aquellos que muestran un nivel de innovación más sólido.

De confirmarse estos resultados en futuras investigaciones, la importancia de la relación ‘RSC y competitividad global’ en Balears es evidente. No en vano, la economía balear se encuentra en estos momentos ante una necesidad imperiosa de mejorar su posición competitiva, como única forma para frenar la erosión continua del PIB per cápita y preservar la calidad de vida de la población, pero se enfrenta al reto de conseguirlo partiendo de unos niveles muy bajos de innovación. ¿Puede ser, entonces, la RSC de las empresas de Balears parte de la solución?

Todo apunta que sí. Sin embargo, sería erróneo pensar que la solución reside solo en aumentar los fondos empresariales dedicados a RSC. A decir verdad, tan importante como aumentarlos es incorporarlos a una estrategia de posicionamiento competitivo que sea capaz de mejorar la reputación de Balears en los mercados internacionales, aumentar el valor percibido de sus bienes y servicios, impulsar sus exportaciones, atraer inversiones y, con ello, generar y promover una ventaja competitiva frente a terceros.

A modo de ejemplo, en 2008, el Ministerio de Asuntos Económicos y Empresariales de Dinamarca presentó el Plan de Acción para la Responsabilidad Social Corporativa, con 30 iniciativas destinadas a promover la RSC entre las empresas danesas y reposicionar el país como una economía de crecimiento responsable. Hoy, Dinamarca ha desarrollado un sólido perfil de RSC y se encuentra entre los precursores en la implementación de una estrategia de RSC, enfatizándola como un medio para mejorar su posición competitiva.

Sería de nuevo erróneo limitarse a copiar las 30 iniciativas danesas, pues las particularidades de cada región desaconsejan la aplicación de recetas de terceros y, por tanto, es especialmente estratégico en un momento como el actual alinear los esfuerzos individuales de RSC que realizan las empresas de Balears para obtener agregadamente un impacto positivo superior al que obtienen individualmente cada una de ellas en materia de competitividad.