Nueve meses no es solo el tiempo de un embarazo, también es el período de que dispone un nuevo gobierno para llevar a los cabo los cambios y reformas más importantes que den identidad a una legislatura. Algunas, incluso, pueden ser esenciales para mantener el crecimiento económico, y por tanto, la estabilidad social.

Pero si no aprovecha esa ventana de oportunidad para actuar con firmeza al inicio de su mandato, no podrá contar con una segunda ocasión, puesto que la “reacción” rápidamente se organizará. Efectivamente, las fuerzas políticas desalojadas del poder, y ahora en la oposición, temporalmente están desorientadas, pero se reagruparán tras los primeros anuncios reformas, ofreciendo cobertura a los grupos de interés que creen peligrar sus privilegios.

Además, los propios defensores de los cambios tenderán a relajarse al acusar la llamada “fatiga reformista”, motivada por el revuelo ocasionado y el lento ritmo de la propia Administración que, frecuentemente, se camufla con cierta sensación complacencia también paralizante.

Por todo eso, si un nuevo gobierno quiere hacer algo más que administrar el día a día, tendrá que contar con un programa de acción bien elaborado y detallado, compartido y aceptado por todos sus colaboradores. Pues si espera a después de las elecciones para plasmar en un papel su posición política será demasiado tarde para llevarlo a término. Una vez movilizadas las fuerzas del statu quo resulta prácticamente imposible la realización de cualquier tipo de cambio o reforma.

El problema se produce porque los lobbies, sean estos empresarios, funcionarios, sindicatos, o cualquier otro, son grupos reducidos, bien informados, y muy visibles que tienen poderosos intereses; mientras que la mayoría silenciosa es más difusa y mucho menos informada, de forma que es menos consciente de los beneficios que les pueden reportar una reforma.

Otra dificultad añadida es que no se puede actuar de forma abierta durante la campaña, pues si los candidatos anuncian sus planes antes de las elecciones corren el riesgo de despertar esos intereses creados, haciendo casi imposible el ganar una contienda política, ya que las minorías afectadas establecerán una barrera propagandística que impedirá a la mayoría estar correctamente informada.

Si, por añadidura, las opciones políticas se presentan de forma fragmentada, la reforma resulta todavía más complicada puesto que difícilmente podrán negociar acuerdos de gobierno previos a la propia elección.

Por todo eso, si un nuevo gobierno no actúa rápido, la única forma alternativa de llevar a cabo reformas socialmente vivificantes es que estas vengan dictadas por organismos superiores alejados de la batalla política, como puede ser la UE, o bien que circunstancias excepcionales graves. Es la tiranía del statu quo, que nos está conduciendo, peldaño a peldaño, al estado estacionario.