Desde hace varios años la mayor parte de los grandes medios nacionales vienen escribiendo sobre la necesidad de cambiar el modelo turístico abandonando el sistema basado en un turismo de sol y playa para las clases medias europeas y sustituyéndolo por otro que se centrara en el turismo “de calidad”, es decir de mayor gasto, procedente de mercados lejanos y que se distribuiría por todo el territorio nacional y no solo por las costas y las islas.

Con el paso del tiempo podemos comprobar que ese cambio no se está produciendo. Es cierto que ha aumentado notablemente la llegada de chinos, pero con cifras muy alejadas de las previsiones (un millón en el año 20), y especialmente las de los norteamericanos, en gran medida por el auge de los cruceros y la fortaleza del dólar, pero lo que más ha crecido, cerca de un cincuenta por ciento en los últimos cinco años, ha sido precisamente ese turismo europeo a veces despreciado por los autoproclamados revolucionarios.
Y sin embargo el modelo ha cambiado, vaya si ha cambiado, si no en el origen de los visitantes sí en la forma en que lo hacen.

Simplificando: en el viejo modelo los clientes acudían a una agencia de viajes que les ofrecía diferentes productos gestionados por touroperadores. Estos los trasladaban a España en compañías aéreas de su propiedad, donde también les prestaban los servicios de traslados y excursiones. La mayor parte de los hoteleros –sector muy atomizado– tenían contratos a varios años con garantías, que les habían servido para amortizar sus propiedades. Sabían que eran la parte débil de la relación, pero ganaban dinero y tenían escasos problemas. La promoción internacional la hacían los touroperadores –por supuesto la de sus propios productos–, la Secretaría de Estado de Turismo y los entes de promoción de las distintas comunidades autónomas.

Se ofrecía un producto cercano, con buen clima, seguridad, amable con el cliente, y una magnífica relación calidad precio, con infraestructuras que mejoraban de año en año. Muchos clientes, especialmente familias, compraban el todo incluido, que les garantizaba un precio fijo aunque borraba las diferencias entre destinos.

Los gobiernos locales y regionales cumplían adecuadamente su labor de mantenimiento de playas, limpieza y todas las demás propias de su condición, mientras que los habitantes de las poblaciones donde tenía lugar la actividad mostraban su satisfacción, aunque fuera limitada. Algunos se fueron enriqueciendo y muchos encontraron un trabajo digno.
Pero poco a poco el modelo iba cambiando a causa de la transformación tecnológica y la actuación de los entes supranacionales que favorecieron la liberalización de los servicios, especialmente de la aviación.

El cliente poco a poco dejó de ir a la agencia de viajes local, con lo que el touroperador vendía cada vez menos viajes. Desde su casa o incluso desde el móvil, empezó a comprar los productos uno a uno, primero el transporte a una compañía de bajo coste que le ofrecía precios nunca vistos, luego el hotel a través de Booking o Expedia, evitando la lata de tener que comparar, y más adelante cualquier tipo de alojamiento a través de plataformas de alquiler vacacional como Airbnb.

En los viejos tiempos el setenta por ciento de los viajes vendidos eran de turoperadores y el mismo porcentaje venía en vuelo chárter. Hoy, no más del treinta viene con paquete organizado y el chárter ha desaparecido.

Pero aún más está cambiando el papel de cada actor. En los vuelos de corto radio no se distingue entre compañías de bajo coste y tradicionales. Los touroperadores se están convirtiendo en hoteleros para tener un producto diferenciado, mientras que los hoteleros también son agentes de viajes a través de sus centrales de reservas, al tiempo que también empiezan a ofrecer otros alojamientos.

La situación del cliente es mejor, pero hay más intermediación que nunca. Las poblaciones locales en algunos sitios ya no están tan contentas, los organismos oficiales andan un poco despistados y gracias al marketing programático todos hacen publicidad de sus productos.
A ver si hay suerte y los próximos años los medios dejan de pedir un cambio de modelo.