Cuando se escribe de turismo en los medios nacionales o se habla en las radios y televisiones, casi todas las informaciones se refieren al turismo internacional. Más de ochenta y dos millones de turistas visitaron España el último año, publicaban tras hacer públicos los datos, olvidándose de los más de doscientos millones de viajes realizados por los propios españoles. Las autoridades autonómicas, sin embargo, sí toman en consideración este dato.

Desde una perspectiva global algunos comentaristas han escrito recientemente el horror que supone que mil cuatrocientos millones de personas se muevan por el mundo más allá de sus fronteras, olvidándose de los más de seis mil millones que lo hacen dentro de las suyas.

Esa distinción entre turismo internacional y nacional, o doméstico como dicen los anglosajones, es propia de los países que aún no se han desarrollado plenamente, en los que los nativos carecen de recursos para viajar y las autoridades adoran las divisas que los turistas aportan. Así fue en España durante los inicios del turismo de masas en los sesenta y los setenta, en los que el dólar, el marco y el franco eran imprescindibles para poder adquirir la maquinaria necesaria para la industrialización.

Hoy día la distinción carece de sentido. Un euro español vale lo mismo que otro alemán y por el lado negativo un turista español contamina igual que uno ruso.

Por supuesto el turismo nacional tiene características propias, la mayor parte, un 65%, usa lo que en las encuestas denominan alojamiento no de mercado, es decir su segunda residencia o la de familiares y amigos; solo uno de cada cinco va a hoteles, y un poco menos a apartamentos y casa alquiladas.

El gasto medio y diario es claramente inferior, pero el total representa un tercio del gasto de los extranjeros, mucho más que cualquier otra nacionalidad, y son los primeros o segundos visitantes en gran parte de nuestros destinos más conocidos como Balears, Benidorm o Costa del Sol. Por supuesto también salen al extranjero, pero por ahora en una proporción menos a la que correspondería por nuestra renta per cápita. Parece que a los españoles les gusta hacer turismo en España.

Eso de visitar su propio país o tomarse las vacaciones en él es lo normal de la mayor parte de los países desarrollados. Los americanos se quedan en Estados Unidos. De hecho, los gestores de los destinos no distinguen entre turistas nacionales y extranjeros, pero lo mismo ocurre en países como Alemania, Italia, Francia o incluso Suecia, donde gran parte de la población tiene una cabaña en el lago o en la playa, que con el paso de los arreglos se convierte en casa, y uno de cada diez posee un barco, barquito, bote o canoa para disfrutar del agua en el corto verano.

Presten más atención los entes de promoción locales a nuestros turistas, pensemos lo importantes que son los barceloneses en Menorca o los madrileños en Eivissa, puesto que suelen ser los que sacan las castañas del fuego cuando vienen mal dadas.