Es difícil que se produzca un optimismo significativo cuando se analiza la economía mundial en general y la de EEUU, que supone una cuarta parte de la misma; los índices de confianza empresarial han estado cayendo en varios mercados, las encuestas sugieren que a medida que el crecimiento del comercio se desacelera, la fabricación mundial se está reduciendo por primera vez en tres años. Los servicios seguirán la tendencia descendente de la manufactura cuando la demanda doméstica se debilite, incluso en economías con mercados laborables fuertes, como Alemania.

Sin embargo, la expansión económica de la economía norteamericana no tiene precedentes y a medida que pasa el tiempo es más fácil encontrar personas seguras de que pronto llegará a su fin; pero la notable longevidad de esta expansión no significa que morirá de vejez. Se suele citar como contrapartida que una mejor gestión de la cadena de suministro ha reducido el tamaño y la importancia de los inventarios.

En los tiempos que las compañías planificaban su producción con meses de anticipación, con una modesta caída de la demanda los fabricantes la reducían, profundizando en la desaceleración. La industria manufacturera ha disminuido su peso en el mundo rico y en la economía mundial. Esto hace que sea más fácil equilibrar el resto de las economías cuando las fábricas están disminuyendo su actividad a consecuencia de la guerra comercial. Sin embargo, las empresas de servicios se han mantenido.

Esta nueva ponderación entre fabricación y servicios ha cambiado la naturaleza de la inversión que en su conjunto está cada vez más dominada por grandes empresas de tecnología, que gastan abundantemente tanto en investigación como en estructuras físicas, y los analistas citan este hecho como evidencia de que la inversión física ya no tiene el significado económico que tenía.

Ante una posible debilidad de la economía, el BCE ha pospuesto el aumento de la tasa de interés hasta mediados de 2020 y está proporcionando financiación más barata a los bancos.

Todo esto respalda la idea de que los desencadenantes familiares de la recesión todavía están ausentes y que los tiempos moderadamente buenos pueden continuar, aunque la economía es cambiante y también los riesgos. Habitualmente se citan tres.

El primero se refiere a las corporaciones de la élite tecnológica que tienen riesgos desconocidos al depender de las cadenas de montaje y de los sobresaltos de la guerra comercial. Las empresas tecnológicas representan un tercio de todas las inversiones de las empresas cotizadas y algunas se están enfrentando a una tormenta reguladora.

El segundo concierne a un riesgo financiero. Las deudas privadas totales siguen siendo altas según los estándares históricos y alcanzan el 250% del PIB. El equilibrio de los precios, de activos y préstamos, se basa en tasas de interés estables y permanentemente bajas, lo que lo hace más frágil de lo que parece.

El tercer peligro es la política, con poco margen para la aplicación de estímulos fiscales o en la reducción de las tasas, tensionadas, a la vez al final de la crisis.

Un alto en el camino para recordar, de forma no tácita sino expresa, gran parte de lo que pretendemos. No es el momento de aportar soluciones irrepetibles tan pronto que cambien hechos o circunstancias que demuestren que se puede inventar el futuro o cómo influir en el presente, sino más bien entender y manejar con trasparencia los términos y conceptos que se reiteran día a día con lo que está pasando o puede suceder con Johnson y el brexit; EEUU vs. China y su acólito Putin, la guerra comercial, el conflicto de divisas o monedas, el músculo de Europa, y España que ha tenido un crecimiento superior a la media de la eurozona, ahora a la espera del frenazo y que está comprando muchos números para no perderse una futura crisis, salvo que surjan líderes reformistas con propuestas de futuro incluyente.