Sin duda, esta ha sido la semana del medioambiente. El COP 25 que debía celebrase en Chile y que tiene lugar en Madrid ha dado un protagonismo especial al medioambiente estos últimos días. Pero más allá de los discursos oficiales o de personajes como Greta Thunberg, hay que ser conscientes de la creciente importancia del medioambiente en la economía.

En un artículo que escribí hace ahora 4 años (“Por dos graditos de nada”) señalaba los problemas que generaban la emisión de gases con efecto invernadero (principalmente CO2). En él resaltaba que pese a las discrepancias existentes sobre los modelos de cambio climático casi todos los científicos destacaban que el límite tolerable de aumento en la temperatura terrestre estaba en los 2 grados contados desde la época preindustrial.
Los datos eran alarmantes hace 4 años y se han corroborando sobradamente con el transcurso del tiempo. Pero la economía no es el enemigo del medio ambiente sino su solución.

La semana pasada Benjamin Miles, propietario de Son Amar, nos daba una lección a todos los presentes en el Parc Bit (Congreso Into 2019) sobre cómo el cuidado del medio ambiente puede mejorar los resultados empresariales. En unas jornadas sobre turismo circular nos explicaba cómo había conseguido pasar de comprar 28 camiones diarios de agua a solo comprar uno, cómo había conseguido que el primer molino tradicional de la isla generara electricidad o cómo compostaba prácticamente todos los desechos de mil clientes diarios sin generar ningún olor. El uso casi total de papel, cristal y agua reciclada, el triaje de 6 tipos de plástico, la reutilización de los corchos o su visión de proveedores de kilómetro cero limitada como mucho a la Península y mucho más, para reiterarnos una y otra vez, que él no era un hippie sino un hombre de negocios.

Pero no solo es a nivel micro. El uso de las leyes y principios económicos, lejos de ser un enemigo, es la solución para el medioambiente. La internalización de los costes medioambientales siguiendo el lema de “quien contamina paga” es el elemento que permite igualar el coste social al beneficio social asignando el nivel óptimo de actividad y emisiones. La internalización de los costes no recogidos por los instrumentos de mercado (externalidades negativas) a la hora de tomar decisiones es la clave que nos permite alcanzar los niveles óptimos de usos de recursos.

Para los que no entienden la importancia del COP 25, el objeto de la actual reunión es precisamente el diseño de los instrumentos que permitan medir e incorporar el instrumental económico y medioambiental necesario para alcanzar los objetivos fijados en el Acuerdo de la Cumbre de París (COP 21) de 2015.

El problema de los criterios de medición y de los indicadores medioambientales es mucho más complejo de lo que parece. En los años noventa la cumbre sobre el medioambiente de Río de Janeiro tuvo efectos limitados debido a que los indicadores adoptados (Agenda 21) carecieron del respaldo internacional necesario.

Otras iniciativas novedosas salidas de dicha cumbre, como el Protocolo de Kioto, finalmente tampoco alcanzaron los resultados esperados. Es por eso que en esta ocasión la definición clara de los instrumentos de compensación y de pago de los contaminadores o emisores son un elemento fundamental para alcanzar el éxito de los acuerdos de París. Por tanto, en el COP 25 de Madrid nos jugamos algo más que dos grados, nos jugamos el futuro de nuestra economía y quizás el de la humanidad.