En una economía turística el productor local genera externalidades positivas que deben ser valoradas.

Vivimos en unas islas maravillosas, destino vacacional apreciado por millones de personas y hogar acogedor para sus moradores. Sin embargo, tenemos limitaciones que otras comunidades no sufren debido a nuestra realidad física. Tras fenómenos atmosféricos como el temporal Gloria, experimentamos algunas de nuestras debilidades: tiendas y supermercados desabastecidos de productos perecederos.

¿Acaso no es un factor estratégico para una isla la producción de alimentos locales?
Acude a nosotros en estos momentos un concepto desatendido el resto del año: la soberanía alimentaria. Soberanía alimentaria es conocer y apreciar la comida que ponemos en nuestros platos, valorar el trabajo de los agricultores y demás proveedores de alimentos, reducir la distancia entre el consumidor y el producto, premiando la producción y distribución responsable con el medio ambiente y la sociedad que los ampara. Entendiendo que la comida es mucho más que una mercancía, algo que cobra máxima evidencia si de animales hablamos: la crianza de estos seres vivos y posterior sacrificio en condiciones penosas será motivo de vergüenza de nuestras futuras generaciones.

En una economía turística, además, el productor local genera externalidades positivas que deben ser valoradas: cuida el paisaje, la calidad medioambiental, genera marca con productos locales de calidad, entre otros beneficios que comparte con el resto de sectores productivos y la sociedad en su conjunto. Un destino turístico que sabe aprovechar sus virtudes gastronómicas alcanza dos éxitos a la vez: potencia y fideliza el turismo, creando una marca propia más potente, y beneficia a las empresas y trabajadores de otros sectores no directamente relacionados con la actividad turística, como los productores rurales.

El consumidor informado, formado y concienciado en materia alimentaria, demanda productos cercanos de calidad, producidos de forma responsable, cuidando el medio ambiente y generando trabajo estable y de calidad para empresarios y trabajadores del mundo rural. Acepta precios más altos si reconoce el valor añadido del producto ganadero, forestal y pesquero. Un precio más alto que no debería quedar, en su mayor parte, en manos de los distribuidores, sino pagar el buen hacer de los productores.

Multitud son las medidas que se pueden implementar para potenciar la producción y consumo del producto local. Las diseñadas a acercar el productor al consumidor son esenciales. Así como otras políticas que incentiven el consumo de productos de cercanía, tanto demanda interna isleña como una fuente inestimable de consumidores prestados de otras tierras: los turistas que visitan nuestras islas. Si una de las virtudes del perseguido alquiler turístico podría ser el consumo de producción autóctona, pidamos al ofertante de estancias turísticas que pretende dominar el mercado, el hotelero, que participe en su justa medida a una mejora de nuestra soberanía alimentaria, demandando alimentos producidos en las Baleares. ¿Alguna vez veremos hoteleros clamando por el todo incluido? De producto balear, claro está.