El artículo publicado en El Económico el 23-07-2021, apunta mi opinión sobre la finalización de la misión de occidente en Afganistán, escrita casi un mes antes de lo acontecido y que todos hemos visto a través de la aparición en los medios de imágenes desgarradoras. Mientras los insurgentes llegaban a Kabul, los afganos, desesperados y aterrorizados, perseguían a los aviones que despegaban tratando de aferrarse y trepar por el tren de aterrizaje. Los talibanes controlan más el país que cuando lo perdieron, han ganado en autoestima al derrotar a los americanos y las libertades civiles asentadas durante los últimos 20 años han desaparecido.

Es un resultado espantoso para los 39 millones de habitantes y profundamente perjudicial para Norteamérica, que tenía un plan para retirarse de una manera ordenada y que no ha cumplido.

El relato sería incompleto sin el paralelismo con la caída de Saigón en 1975, cuando un ejército respaldado por los Estados Unidos se desvaneció. En ambos casos los estados construidos para complacer a los norteamericanos han sido vaciados por la corrupción. Desde un certificado de nacimiento, hasta para el de defunción y lo que se acontezca, hay que sobornar. Los funcionarios y la policía exigían propinas.

A medida que avanzaban los talibanes, la recompensa para obtener un pasaporte ascendía a miles de dólares. Los funcionarios compraban sus puestos y su objetivo principal era obtener ingresos para distribuirlos a sus familias y a sus patrocinadores.

Otra gran debilidad de la estrategia, digamos occidental, fue no saber superar los contrastes de civilizaciones y cultura, al tratar de implantar una gobernanza al estilo angloamericano, a unos pueblos que se venían resistiendo de siempre a la centralización política y militar. Y que proseguían su desarrollo a lo largo de líneas étnicas y de clanes, en una estructura feudal donde los agentes decisivos del poder son las propias fuerzas de defensa de los clanes que, a pesar del conflicto latente entre ellos, se unen en amplias coaliciones; principalmente cuando alguna fuerza ajena les invade.

Estados unidos consiguió inicialmente la destrucción de las bases de los talibanes, pero la construcción de una nación en un país devastado por la guerra adsorbió fuerzas militares estadounidenses, sustanciales.

Por otra parte, las controversias domésticas estadounidenses, con el alternativo apoyo de las sucesivas administraciones partidistas, no facilitaron la búsqueda de objetivos alcanzables. Tampoco se exploraron a los vecinos del país que, aunque opuestos entre sí o a los Estados Unidos, se sentían amenazados por el potencial terrorismo de Afganistán. Hubiera sido posible coordinar esfuerzos comunes de contención con India, China, Rusia y Pakistán tal y como hizo Gran Bretaña, que defendió los accesos terrestres a la India durante un siglo sin bases permanentes.

Sin alternativas de enfoques, se ha procedido a una retirada incondicional por parte de la administración Biden. Describir la evolución no justifica un comportamiento correcto. Estados Unidos no puede evitar ser un componente clave del orden internacional. La forma de combatir, limitar y superar el terrorismo seguirá siendo un desafío. Biden debería tener la oportunidad de desarrollar una estrategia integral compatible con las necesidades nacionales e internacionales.

Las democracias alcanzan la grandeza superando estos conflictos. No olvidemos que después de Saigón, se derribó el telón de acero.