A finales de la década de los 70, en plena escalada inflacionista, Milton Friedman fue el primer gran economista en realizar una serie de televisión para divulgar sus conocimientos. Lo hizo en diez capítulos que tuvieron un fuerte impacto entre el público, facilitando la adopción de nuevas políticas.

La serie, disponible en la red, se filmó cuando la rigidez y expansión intervencionista gubernamental no solo estaban mermando el bienestar económico, sino que también amenazaban la armonía y la paz social. Por ello el Premio Nobel dedicó el noveno episodio de su “Libre para elegir” a la inflación, advirtiéndonos que esta actúa como el alcoholismo. En un primer momento beber proporciona agradables sensaciones de alegría, para un tiempo después tener consecuencias dolorosas. Y, como con el alcoholismo, su cura es dura, por lo que requiere de voluntad y constancia. Es decir, la cadencia temporal incentiva seguir bebiendo y desincentiva la abstinencia.

El capítulo contiene una escena memorable cuando el propio Friedman está delante de la gigantesca y ruidosa impresora de dólares en la fábrica de moneda de Washington y, con cara de satisfacción, aprieta un gran botón rojo que detiene la máquina. Se hace el silencio. Entonces el reputado economista dice, “se acabó el ruido y también la inflación, así de sencillo”.

Ahora bien, para poder detener la impresión de dinero, y aceptar la subida de los tipos de interés que eso provocará, los gobiernos tienen que optar por equilibrar sus presupuestos. Una acción que normalmente conlleva realizar reformas económicas difíciles de ejecutar.

Desde entonces ha pasado mucho tiempo y el mundo ha dado muchas vueltas. Así, estos días ha sido increíblemente el mismísimo Putín quien le ha pedido a Biden, y al resto de líderes, que deje de imprimir moneda. El veterano zar ruso se ha permitido el lujo de sacar pecho anunciando que el año próximo su gobierno alcanzará el superávit presupuestario.
Por supuesto, los gobiernos, armados con fuertes aparatos propagandísticos, siempre prefieren culpar a otros de la inflación. Después, en una segunda fase, previsiblemente intentan algún tipo de control de precios, aunque esto siempre resulta catastrófico. Por último, cuando la economía muestra dramáticos daños sociales es cuando, por fin, pueden decidir encarar las reformas necesarias.

Este, y no otro, es el motivo por el cual la UE impone a España, y a otros países comunitarios, una senda reformista a cambio de las ayudas de los diferentes fondos. Veladamente, desde el BCE, se amenaza con subidas de los tipos de interés deteniendo la impresora de euros. Sin embargo, esas amenazas serán muy difíciles de cumplir, pues cualquier ligero incremento del tipo de interés supondría, no solo dificultar el acceso al crédito, sino también una enorme carga sobre los desequilibrados presupuestos públicos. La desintoxicación nunca resulta fácil.