Tras un par de años bajo mínimos, el turismo volverá este verano a las cifras prepandemia, lo que permitirá terminar 2022 con una actividad económica superior al 80% de la de 2019. Durante este tiempo han sucedido muchas cosas, algunas por debajo del radar. Se nos ofrece ahora la oportunidad de conocer los posibles resultados.

Los efectos negativos son obvios: una menor actividad económica con sus correspondientes consecuencias, también lo son los positivos como la recuperación de los fondos marinos, pero hay una zona gris que necesita iluminación.

Ha habido movimiento en la industria hotelera con cambios de propiedad y de gestión. En general los precios se han mantenido, dada la escasez del producto y a la seguridad de tiempos mejores. Las cadenas hoteleras que han podido han mejorado sus sistemas de venta directa disminuyendo el exceso de dependencia de las caras OTA y han invertido en mejora de la sostenibilidad. Las ayudas públicas solicitadas y obtenidas por ellas no han sido tan importantes, relativamente, como las de algunas empresas del sector aéreo. Muchos hoteles han aprovechado el parón para realizar las necesarias reformas que les permitan incrementar los precios.

El turismo volverá a representar el 40% del PIB de las Islas y regresará la discusión sobre si es necesario buscar otras fuentes de riqueza. Los dos bandos ofrecen visiones diferentes y propuestas opuestas con un nivel de emotividad no conocido en otros parajes, como es el caso de las acusaciones de «turismofobia», justificadas en algún caso y exageradas en otras. De hecho la versión inglesa «turismphobia» o la alemán «turismusphobie» rara vez aparece en los medios de comunicación de los correspondientes países, en los que la discusión se centra en la más razonable expresión de «overtourism», sobreturismo o exceso de turismo.

No cabe duda de que el turismo ha sido un factor fundamental en la modernización y democratización de España y es, actualmente, uno de los soportes de nuestra economía. En realidad, es el único gran sector económico en el que España y de manera especial las Balears, poseen unas ventajas relativas trascendentales.

Hasta ahí todos de acuerdo, pero cuando se habla del futuro, unos defienden el crecimiento con unos mínimos controles, mientras que otros creen que hasta aquí hemos llegado, con una facción que propugna incluso el decrecimiento. El desacuerdo aumenta cuando se profundiza en cualquiera de las políticas concretas. Para algunos, esos aspectos positivos no compensan su visión de que el turismo es el privilegio de unos pocos, pero con un gran impacto para todos.

Lo mismo ocurre con la ecotasa, necesaria o disuasoria, el turismo de lujo -mucho más rentable o mucho más contaminante- o incluso la desestacionalización recomendada por patronales y administraciones o peligrosa porque impide la necesaria recuperación anual de los entornos en los que se ejerce esa actividad.

Con las inversiones realizadas, el turismo será más verde y más digital para acomodarse a los planes regionales, nacionales y europeos, pero no tiene garantizado que el conjunto de la población tenga una visión idéntica del asunto.