Estamos ante una nueva amenaza en el incipiente siglo XXI: la inflación de precios. Hay al menos seis factores que pueden explicar este fenómeno. En primer lugar, hay que recordar que, para reducir los efectos del colapso económico de la pandemia en 2020, el Banco Central Europeo (BCE) inundó de dinero la economía a través de su política de compra de activos, lo que ayudó a mantener los empleos, el consumo y la renta de las familias y la subsistencia de muchas empresas y gobiernos que no hubieran sobrevivido ante la paralización de su actividad. El BCE continuó con una política de tipos de interés negativos desde que Mario Draghi, su presidente, dijo en 2012 la frase «haré lo que sea necesario...» para salir de la gran recesión 2008-2013 anterior. Esa demanda potencial, no realizada en 2020, se desbocó a partir de 2021 y en 2022, reflejándose en rápidas subidas de precios en los transportes, la industria, la agricultura y los servicios.

En segundo lugar, la sequía y las altas temperaturas e incendios en España y en toda Europa ha afectado a las cosechas que forman parte de la cesta de la compra y al precio de la electricidad, ya que la producción de las centrales hidroeléctricas se ha reducido a la mitad.

En tercer lugar, veníamos de un mundo globalizado que permitía obtener los bienes y servicios al menor precio a escala mundial y vamos hacia un mundo temeroso, dividido en bloques enfrentados, con una política más nacionalista de producir cada uno lo que necesita sin depender de los demás, aunque sea menos eficiente y a mayor precio.

En cuarto lugar, la dependencia total que tiene Europa del gas, del petróleo y de algunos alimentos, de países que lo monopolizan y utilizan su poder para subir los precios y reducir o cerrar el suministro para conseguir objetivos políticos y económicos. La guerra de Ucrania ha marcado un cambio brutal también en los mercados del petróleo y del gas y en los de materias primas agrícolas.

En quinto lugar, la fuerte depreciación del euro en el mercado de divisas frente al dólar tiene también un efecto alcista sobre la inflación a través de la energía y otras materias primas cuyos precios están fijados en dólares, de modo que una parte importante de la inflación es importada, lo que genera un doble efecto, uno inflacionista, acelerando la inflación interna y otro disminuyendo el crecimiento económico lo que puede llevar a toda Europa a la recesión.

El sexto elemento es clave en la inflación. El encarecimiento de los alimentos y de las facturas de la vivienda repercuten directamente sobre la cesta de la compra y da fuerza al proceso inflacionista afectando a las expectativas de los hogares que ven reducido su poder de compra en el mercado. Los trabajadores pretenden a través de los sindicatos, con huelgas y movilizaciones, elevar sus salarios monetarios en función de sus expectativas inflacionistas. Si lo consiguen se trasladará a los costes y por tanto a los precios de los productos y servicios. Una aceleración del proceso inflacionista los llevará a luchar por una aceleración del ritmo de crecimiento del salario monetario. Hay que evitar a toda costa una espiral inflacionista con un acuerdo de rentas, pues el país perderá competitividad en la producción de sus bienes y servicios, lo que significa que muchas empresas cerrarán y el desempleo aumentará. En agosto de 2022 el crecimiento del IPC de España es dos puntos superior a la media europea. ¿Qué pasará con la presión sindical para aprobar cláusulas de revisión salarial? Su resultado puede ser más inflación y más desempleo.

La política de rentas es fundamental. Es una condición necesaria pero no suficiente para evitar una posible estanflación (estancamiento con inflación). La política monetaria del BCE ha de ser muy cuidadosa al subir el Euribor y los tipos de interés en general, ya que reducirá la inversión y el consumo, lo que tendrá efectos negativos sobre la renta y el empleo, un factor más que lleva a Europa hacia la recesión. Ahora más que nunca se necesita de una política fiscal que rebaje las expectativas de mayores subidas de precios, logrando frenar, como se está intentando, la repercusión que las gasolinas y el gas tienen en el índice de precios al consumo de los hogares, al mismo tiempo que se impulse la producción de energía solar, eólica e hidroeléctrica de bombeo, que ayudarán también a un cambio radical en la lucha contra el cambio climático.