El pasado día 24 se cumplieron seis meses del comienzo de la guerra de Ucrania. A las consecuencias humanitarias de esta agresión criminal que tantas vidas y sufrimiento está causando entre la población civil, que hiere los sentimientos de cualquier ser humano bien nacido, hay que añadir la grave crisis económica que está provocando a nivel global. La incertidumbre sobre su final, que no se vislumbra a corto plazo, agrava la situación ya de por si dramática.

Europa, en primer lugar, sufre las consecuencias más directas de este tsunami económico que se ha manifestado con una subida desenfrenada de los precios y una crisis energética que se asemeja a la del petróleo acaecida al inicio de la década de los años setenta del siglo pasado.

Nada bueno nos espera en los próximos meses, sobre todo, si Rusia corta definitivamente el suministro de gas y petróleo a la locomotora economía europea. Si esto sucede, la probable estanflación (contracción del crecimiento con inflación) de Alemania provocará un decrecimiento generalizado de los PIB en el seno de la UE que costará Dios y ayuda superar en los próximos años.
Por de pronto, un nuevo factor desestabilizador se ha producido en los últimos días. La depreciación del euro frente a la divisa americana, como consecuencia de una política monetaria menos restrictiva del BCE frente a la Reserva Federal para combatir la inflación, va a encarecer, aún más, los precios, en dólares, de los productos que importen los países de la UE. Estamos añadiendo más leña al fuego.

De todas formas, hay que reconocer que Christine Lagarde lo tiene más complicado. Una subida de tipos tan o más agresiva que la practicada por el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos pondría en graves apuros a los países más endeudados del sur, entre ellos España, con el consiguiente peligro de crear un grave trastorno del mercado de deuda pública que afectaría a la propia estabilidad del euro.

En fin, el remedio, para hacer frente a la inflación de forma más abrupta, sería peor que la enfermedad. Lo dicho: la señora Lagarde tiene una ecuación difícil de resolver: o atacar la inflación con subida de tipos de forma contundente o ser menos agresivos, con el peligro de alargar la agonía perjudicando con ello a las personas y empresas más vulnerables.

Concluyo. Una persona del prestigio académico del economista Josep Oliver Alonso escribía el otro día en La Vanguardia (26-8-2022): «Lo que estamos viviendo hoy es más que una crisis energética. Y más que una guerra económica entre Occidente y Rusia. Estamos transitando por el fin de una era. Es, por tanto, una época de crisis: un periodo en el que lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no ha nacido. ¿Qué nuevo mundo se está alumbrando?».
Yo no tengo la respuesta.