La cuestión energética está llevando a la Unión Europea a una encrucijada que, si no se aborda de forma sosegada y adecuada, tendrá consecuencias graves que ya se vislumbran, pues el resto del mundo enfoca este tema de una forma notablemente distinta.

La acelerada transición energética unida a las consecuencias de la guerra de Ucrania y a la incapacidad del Banco Central para cumplir con su principal misión de mantener la estabilidad de precios, con algunos gobiernos orientados al populismo electoral, está configurando un escenario nada halagüeño para el futuro económico de la Unión.

Europa, en general, hasta ahora ha disfrutado de una posición económica favorable con sueldos, rentas y recaudación tributaria elevados por distintos motivos, entre los que, sin duda, figuraba el haber disfrutado de un sistema energético capaz de reunir tres grandes elementos, a saber, unos costes ajustados, una amplia seguridad en el suministro y una razonable sostenibilidad ambiental.

Sin embargo, al querer implementar de forma acelerada la transición energética el equilibrio entre esos tres elementos se alteró sustancialmente, potenciando el aspecto ambiental en detrimento tanto del de la seguridad del suministro como del de los costes. De hecho, este fue el motivo principal para la apuesta por el gas ruso.

Todo lo anterior ha contribuido, también, al fracaso del Banco Central Europeo en su misión de controlar la inflación. De manera que, hoy por hoy, se puede pensar que la carestía energética continuará resultando mayor en Europa que en otras áreas geográficas del mundo.

Por ello, si durante las últimas décadas el fenómeno de la deslocalización empresarial se fundamentó en las diferencias salariales favorables a los europeos, a partir de ahora habrá que añadir las diferencias desfavorables en los precios del aprovisionamiento energético. Ciertamente Europa, aunque con notables diferencias entre países, corre el riesgo de convertirse en una comunidad económicamente decadente, pues cuando las empresas salen del territorio, también lo hace el talento y la energía creativa que lo mueve.

Ante esta situación ya se ha comenzado a modificar la política energética, utilizando la propaganda para cambiar la percepción sobre la energía nuclear, poner más énfasis en el denominado secuestro del CO2 en la quema de carbón o en revalorizar la energía hidroeléctrica de bombeo. Pero mientras esa modificación se produce, necesariamente de forma lenta, también habrá intentos de compensar el aumento de los costes energéticos mediante reducciones salariales. De hecho, ya se ha comenzado a entrever que los incrementos salariales pactados no están siguiendo el mismo ritmo que la inflación, lo que de facto equivale a una disminución de las retribuciones reales.

Europa está ante uno de sus mayores retos y no parece estar actuando con la suficiente unidad de criterio. Así, como ni todos sus miembros parten de la misma situación, ni son igual de ágiles para llevar a cabo las reformas apuntadas, a los problemas energéticos se pueden unir las tensiones internas.